lunes, 18 de mayo de 2015

123.05* PABLO AIZ0IALA. SOÑAR ES SABER. GALERÍA BAT ALBERTO CORNEJO. María de Guzmán, 61. Madrid




“El arte es una gran mentira que nos acerca a la verdad”, dijo el malagueño Picasso. “De todas las mentiras, el arte es la más bella”, replica, insistiendo en el núcleo del aserto, Pablo Aizoiala, (Durango, 1954), pintor de esta postmodernidad, que así reivindica certeramente la categoría de lo bello, como esencia teleológica de lo artístico.


Este posicionamiento intelectual tiene un claro reflejo en su obra pictórica, de resultado atractivamente bella,

Paul Gauguin es uno de los puntos de inflexión, que la historiografía del arte de la pintura nos presenta, en los revolucionarios tiempos, que marcan la segunda mitad del diecinueve. Puerta del fauvismo, que a su vez abre el amplio camino hacia el expresionismo, como una de las últimas aportaciones a esa revolución del arte.

Husmeando en su estela encontraremos a un David Hockney y a sus colores fieras, aplicados a la naturaleza y su personal y muy influyente forma de interpretar el paisaje, sobre todo en esta su etapa madura.

Por estos territorios expresivos  y compositivos percibimos va el caminar estilístico de Aizoiala, que busca, en la soledad de su estudio, la manera más expresiva y conveniente a su personal idiosincrasia, de interpretar la realidad, con un lenguaje personal y propio que le deslinda del común, dotando a su obra de un reconocible carácter,

Colores netos y puros, buscando contrastes armónicos, iluminados por una luz difusa, que no produce sombras, -si bien en algunos cuadros éstas juegan un papel compositivo importante-.

En sus paisajes, lo tendido de los campos y horizontes, acuartelados por la contundente verticalidad de los troncos de los árboles, que delimitan el espacio plástico, caracterizan los cuadros, que el saber de Azoiala, tras el sueño del paisaje vivido, le permite plasmar en sus lienzos, con un sabio empleo de pigmentos y pinceles



“El arte es una gran mentira que nos acerca a la verdad”, dijo el malagueño Picasso. “De todas las mentiras, el arte es la más bella”, replica, insistiendo en el núcleo del aserto, Pablo Aizoiala, (Durango, 1954), pintor de esta postmodernidad, que así reivindica certeramente la categoría de lo bello, como esencia teleológica de lo artístico.

Este posicionamiento intelectual tiene un claro reflejo en su obra pictórica, de resultado atractivamente bella,

Paul Gauguin es uno de los puntos de inflexión, que la historiografía del arte de la pintura nos presenta, en los revolucionarios tiempos, que marcan la segunda mitad del diecinueve. Puerta del fauvismo, que a su vez abre el amplio camino hacia el expresionismo, como una de las últimas aportaciones a esa revolución del arte.

Husmeando en su estela encontraremos a un David Hockney y a sus colores fieras, aplicados a la naturaleza y su personal y muy influyente forma de interpretar el paisaje, sobre todo en esta su etapa madura.

Por estos territorios expresivos  y compositivos percibimos va el caminar estilístico de Aizoiala, que busca, en la soledad de su estudio, la manera más expresiva y conveniente a su personal idiosincrasia, de interpretar la realidad, con un lenguaje personal y propio que le deslinda del común, dotando a su obra de un reconocible carácter,

Colores netos y puros, buscando contrastes armónicos, iluminados por una luz difusa, que no produce sombras, -si bien en algunos cuadros éstas juegan un papel compositivo importante-.


En sus paisajes, lo tendido de los campos y horizontes, acuartelados por la contundente verticalidad de los troncos de los árboles, que delimitan el espacio plástico, caracterizan los cuadros, que el saber de Azoiala, tras el sueño del paisaje vivido, le permite plasmar en sus lienzos, con un sabio empleo de pigmentos y pinceles

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