miércoles, 23 de septiembre de 2015

131.09* JOAQUÍN UREÑA. ACUARELAS. ANSORENA GALERÍA DE ARTE. Alcalá, 52. Madrid



“No digáis que soy acuarelista. Soy un pintor que pinta con acuarela”, enfatiza Joaquín Ureña, (Lérida, 1946), reclamando una merecida mayor valoración de la pintura al agua y de los artistas que la practican, que aquella que se les concede en los medios artísticos. A esta reivindicación nos adherimos nosotros.


Porque pintar a la acuarela es uno de los oficios más exigentes que artista alguno pueda imponerse, ya que requiere el dominio del dibujo, un previo y claro diseño mental del cuadro a pintar y saber dar pinceladas certeras, sin posible corrección de la mancha hecha, ya que no es posible el retoque sin dañar irreparablemente la calidad del cuadro.

Así pues dominar la técnica de la pintura a la acuarela exige una solercia innata, que se irá acrecentando y enriqueciendo con la práctica. Se requiere así mismo una constancia tenaz, basado todo ello en una vocación obstinada, como es el caso de este artista leridano.

Cuando se pinta dentro de estas coordenadas los resultados son siempre de una espectacular frescura y belleza: como fiestas de color, de luz, de movimiento y vibración.

El artista en su ya extensa carrera ha practicado esa técnica de la acuarela suelta, inmediata, en la que importa más la mancha de color que la exactitud del dibujo que colorea. En donde, de otro lado, importa más la luz, que cualquier otro elemento compositivo, realizando cuadros de paisajes abiertos y de personas en distintas actitudes y posturas en grupos variopintos, así como de las playas de Almería, con su intensa luz que hace entornar los párpados

Pero en su afán renovador lleva ya unos años presentando en cuadros de gran tamaño una pintura más estudiada y mensurada, sometida a rigurosas reglas de dibujo y de la proporción, realizando cuadros de un gran realismo, en los que , en esta colección, recoge los espacios y rincones en los que se desarrolla su vida profesional: los lugares, esquinas, recovecos, los libros las lámparas y recipientes de su estudio.

Aquella luz cegadora, se ha transmutado en una luz ambiental, que cambia las tonalidades de los colores según sea su procedencia, pero que estalla en la albura de paredes, papeles y cualquier objeto blanco que la composición recoja.

Son escenas de un realismo total, muy bien compuestas y equilibradas, tanto en la disposición de los objetos, como en los colores y luces que los iluminan. Tal es la habilidad y esmero con que están pintados estos cuadros, que se llega a creer, en un primer momento, que se está ante unos cuadros realizados bajo el paradigma del hiperrealismo fotográfico; impresión que queda desmentida en cuanto observamos las pinturas con más detenimiento. Es notable esta circunstancia, pues muestra como el artista trabaja con minuciosidad, pero sin “cocina” alguna.


Bella e interesante exposición, con que la galería Ansorena inicia su temporada de otoño.

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