miércoles, 30 de marzo de 2016

144.03* EDUARDO MARCO AMAZONAS/INSIDEISTAMBUL ANSORENA GALERÍA DE ARTE. Alcalá, 52. Madrid




Tan pronto se traspasa la entrada, el ánimo del visitante queda prendido e impresionado, desde que posa sus ojos sobre el gran cuadro, -frente por frente-, que es una ventana volcada a lo más profundo e intrincado de la selva, a la “floresta encantada”, que es como los brasileños denominan a esta fascinante parte de la Amazonia caribeña, según explica Eduardo Marco, (Porto Alegre, Brasil, 1979), artista que ha encontrado en la fotografía la técnica más adecuada a sus talentos y ansias creativas de expresión plástica.


Viajero, que ha hecho de la aventura un modo de exprimir su vida y  los atributos de los lugares donde, un tanto el azar y otro tanto su necesidad instintiva de emoción y lirismo le dirigen, para plasmar la esencia, el espíritu primigenio que en todo lugar, natural u obra del humano, existe cuando, ausente el hombre, se participa de la soledad y de su consecuente, el silencio.

Las fotografías de este artista, sus cuadros, se enmarcan en un naturalismo esencial, que está más acá del pictorialismo elaborado, de un Albert Watson, un Michael Thompson o un Nick Kight, - con los que trabajó-, pero más allá del testimonialismo directo e inmediato.

En efecto, Eduardo Marco sabe recoger la poesía que de la escena emana. Sabe plasmar la belleza, los colores y los grises y las líneas rectas, curvas o fractales, en  composiciones armoniosas, cadenciosas o basadas en una entropía formal, ordenada por él, mediante la sabia pertinencia del encuadre y  de la luz captada en el momento del disparo del obturador fotográfico.

El artista visitó Estambul y se introdujo por viejos y ruinosos barrios enfermos del mal de la devastación que provoca su abandono por parte de las familias que en su día lo habitaron. Casas vacías, con ventanas y galerías que encuadran paisajes urbanos de paredes, tejados y chimeneas, que son la expresión de la ruina inevitable y de la desolación.

Imágenes hurtadas, sustraídas mediante el “robo con allanamiento de morada”, aunque eran “casas vacías, pero llenas de luz y recuerdos y ausencia”, según el propio autor, que expresa aquí su necesidad imperativa de captar el lirismo y la emoción que provoca la ausencia del ser humano, quizá por aquello que James Joyce proclamó, diciendo que “la ausencia es la mayor forma de la presencia”.

Imágenes, todas ellas, que logran ensimismarnos al tiempo de su contemplación, trayéndonos sensaciones primigenias, enraizadas en el dualismo de los opuestos.


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