domingo, 26 de mayo de 2019

195.02* NORBERTO . TEATRO DE AUTOS . GALERIA KREISLER . Hermosilla,8. Madrid




A Norberto González, (Madrid, 1975) le fascina lo antiguo, lo cargado de días y manchado por los años y por la acción vivencial del hombre, presente en sus cuadros a través de sus señales.


Le seducen las paredes estigmatizadas por carteles y por el primitivo afán del hombre por dejar las huellas de su presencia. Siendo esto así, a nadie puede extrañar que los motivos de sus cuadros sean viejas casas o caserones viejos, de viejos barrios, de viejas poblaciones, que proclaman vísperas de ruina.

Pero, como artista, elige de aquellos los planos y los detalles que más le emocionan, que más le sugieren y que más le permiten  llevar al lienzo el ideal que insistentemente germina en su pensamiento, y lo hace consiguiendo cuadros de un gran efecto estético, dentro de una poética claramente definida.

La obra pictórica de Norberto es sólida y homogénea, y supera holgadamente cualquier expectativa que de ella se pueda tener: Cuadro a cuadro, el espectador se ve atrapado por el ambiente decadente y desolado de la escena, en la que siempre hay un hálito de vida humana, percibida por el rastro que las personas dejaron a su paso.

En “teatro de autos” el artista refleja una contemporaneidad ajada, vecina, pero ya pasada, vencida por los torbellinos de lo más actual, por los atisbos del futuro, que amenazan en convertir todo lo pasado y hasta hoy mismo en “lo clásico”, como sinónimo de lo inútil.

Ante esta realidad el artista recoge retazos de esos restos del naufragio cultural, dejando trazas de lo abandonado que llevan en su piel olores de melarquía, que rompen y  destrozan el aforismo de “que cualquier tiempo pasado fue mejor”.

De otra parte está su fascinación por los coches antiguos, los “clásicos”, que  trasladan, a unos, a sus mejores tiempos del descubrimiento de la felicidad en forma de consumismo, hoy convertidos en recuerdos hechos quimera; y, a otros, les aviva la ternura, que siempre  provoca imaginar a sus mayores gozando de la vida, manejando esos monumentos al despilfarro y la ineficiencia, convertidos en símbolos de aquel incipiente desarrollo del “primer mundo”.

La luz juega un importante papel en las composiciones de sus cuadros, pero es una luz sin brillo, que no hiere a la retina; luz, permítase el oxímoron, gris, tristona, que acola con la tristeza de los escenarios que recogen la presencia de los coches herrumbrosos y arrumbados, maltratados por el tiempo y por el hombre.

Curiosamente, sin embargo, en sus cuadros luce la paleta en colores de toda la gama, ocupando espacios muy concretos. Sus cuadros tienen color, pero no son coloristas, pues el blanco y las sombras grises, predomina en el espacio pictórico.

Terminemos, señalando que, su pintura se enraíza en  la línea que, en España, comenzó en los años cincuenta con el “realismo madrileño”, que practicaron con singular éxito una Amalia Avía y un José Lapayese del Río y posteriormente una Coro López Izquierdo, a los que emula con personalidad propia Norberto González, a quién, como a ellos, lo que le preocupa, más que el realismo de sus mímesis, es la intención de reflejar en las imágenes, las huella de lo humano.

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BENITO DE DIEGO GONZÁLEZ
Miembro de la Asociaciones Internacional,
Española y Madrileña de Críticos de Arte
16/02/2019

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