jueves, 15 de marzo de 2012

038.03* JAVIER RIAÑO. GALERÍA ANSORENA. Alcalá, 52. Madrid




La pintura que, Javier Riaño (Bilbao, 1959), presenta en esta veterana y prestigiosa galería, es en si misma un claro muestrario de paradojas que estimulan a su contemplación:

Es una pintura sencilla en su textura y concepción formal, pero compleja en sus juegos de luces y sombras, que dan solemnidad a los cuadros, que son, por otra parte, la exaltación de la figuración realista, pero sin que en sus paisajes urbanos y escenas interiores haya el mínimo vestigio de lo castizo y lo kirch, sí, por el contrario, una visión progresista de la pintura sobre lienzo.


En sus cuadros reina la soledad y el silencio, pero dentro de ellos late un impulso vital que corre a través del sistema de formas geométricas, perspectivas y colores complementarios, valorados por luz intensa, cuyos focos están situados en los propios cuadros, en los que lo cálido y lo frío armonizan de forma sorprendente, creando atmósferas sugestivas, a la vez acogedoras e inquietantes.

Javier Riaño muestra ser un pintor concienzudo y perfeccionista. Pinta directamente sobre el lienzo, sin imprimación alguna, diluyendo al máximo las pinturas al óleo, para que ésta impregne las fibras del lino, como si de un tinte se tratara, logrando unas terminaciones elegantes y perfeccionistas.

Sus escenas urbanas, en su mayoría patios de vecindad, son visiones nocturnas, iluminadas por luces que proceden de las ventanas de las viviendas, que se vuelcan a estos patios; sus interiores, doblemente iluminados por potentes focos de luz artificial y por ventanales fuertemente iluminados por un implacable sol exterior, captan la mirada y la atención del observador, que a medida que escrudiña el cuadro, va descubriendo una riqueza de matices en el color, que en principio pasan inadvertidos, ya que los cuadros se basan en los monocromos, (sienas, ocres, azules y sus compuestos verdes), inteligentemente graduados, pasando de los más claros e iluminados, a los más oscuros, cercanos al negro.

Coincidimos con Amalia García Rubí, (“Infoenpunto/25.2.12”), cuando dice que “cabría hablar de una suerte de tenebrismo claroscurista a la moderna, que en el fondo participa de intereses enfáticos, con cierto carácter cinematográfico”, ya que, en efecto, sus cuadros nos acercan al cine expresionista de Murnau o de O. Welles, en los que luces y planos, crean escenarios de una teatralidad escueta, desnuda de artificios.

“Hay una búsqueda de misterio en lo silente de estos ambientes cotidianos, (dice García Rubí), expuestos desde ópticas que parecen apaciguar, pero que en el fondo agitan nuestros sentidos”.
Última paradoja de una pintura que, basada en una objetividad hiperrealista, llega a agitar los sentimientos del que la observa y se detiene en su contemplación.

Pintura en la que la imagen toma su valor total, descrita por la luz y la sombra, por el color plano y por el sutil contraste cromático. Pintura sobresaliente en su fineza y en la perfección de sus formas y perspectivas.

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