Nacido
en la cordobesa Villa del Rio, patria chica de los artistas Pedro Bueno y Tomás
Moyano, al influjo de los cuales, Ángel Cabrera, hizo germinar su innato don para el dibujo, que cultivó y
desarrolló tempranamente en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, para en
1959, ingresar en la Escuela Superior de Santa Isabel de Hungría sevillana.
En "Recuerdos" recoge obra de dos periodos diferentes
del iter artístico del pintor:
Una
primera, que descubre a un “pintor decidido a ser continuador de la tradición
ascética de la mejor pintura realista española, que confería a lo real una
categoría suprema”, según lo define Francisco Zueras en el catálogo de la
exposición. Y es que, en efecto, las composiciones de Ángel Cabrera, son
conformes al paradigma del realismo español, que tiene, sobre todo en los
bodegones, a Sánchez Cotán como referente, con sus connotaciones tenebristas y
el empleo artificioso de la luz dentro del espacio plástico.
Tanto
sus bodegones, como sus retratos, que se construyen sobre un dibujo potente y
elaborado, el artista consigue dar a sus
composiciones un ambiente de alto grado de lirismo que conmueve e inquieta
serenamente, transportando las impresiones recibidas al terreno de los sueños,
mediante el estudio de calidades y luminosidades, conseguidas con la aplicación
del color, hecho con oficio y conocimiento.
Cabrera
pone en valor la importancia del oficio. Su trabajo es concienzudo a la
búsqueda de su arquetipo, de forma tal que, poniendo la técnica al servicio del
espíritu, consigue unos resultados donde la belleza, la armonía y la lírica se
hacen significativas.
Sus
cuadros son porciones de la cotidianidad elevadas al podio de lo bello, de lo
perenne, que los convierte en intemporales y permanentemente comprensibles, en
los que existe una minuciosidad en el dibujo que se aproxima al hiperrealismo.
Pero
“no es la suya una interpretación de la realidad que se detenga únicamente en
la reproducción mimética, sino que introduce ciertos tonos de su subjetividad,
que dan realce lírico a la obra”, según acierta a explicar Camino R. Sayago en
el catálogo de la Bienal de Arte de Villa del Río
Un
segundo periodo está representado por cartones pintados con técnica mixta, que
presenta Cabrera bajo el título de “Serie Impulsos”, en los que, con
composiciones acuarteladas en planos transpuestos que presentan cierta
paronomasia formal con el cubismo, desarrolla una pintura más idealista y
retirada del realismo, en la que el simbolismo alcanza su máxima definición, buscando
en sus figuras la expresión esencial, retirando de las mismas todo elemento
accesorio, que pueda distraer la atención de lo fundamental, de lo emocionante,
de lo poético.
Pintura
al margen de modas y tendencias, que expresa su propia intimidad, sus
sentimientos, emociones y estados de ánimo, basada en su conocimiento y
desarrollo del dibujo.
Así
las formas se simplifican, en una acción de supresión radical, y es el color el
que se enseñorea de la obra, haciendo suyo el pensamiento de Hans Hoffmann, de
que “el talento de simplificar significa eliminar lo innecesario para que así
pueda hablar lo necesario”, llegando finalmente a la abstracción, cerrando de
esta forma el círculo vital de su llamada a la pintura, que muchos artistas de
la postmodernidad han recorrido, como si de una pulsión cuasi fatal se tratara.
Y
es que, como Rilke señalara, el artista debe afrontar ir hasta el extremo
insuperable de la experiencia, para hacer posible la aparición de la obra de
arte.
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