jueves, 26 de julio de 2018

180.05* MANUEL GARCÉS . PARQUES Y JARDINES . GALERIA MY NAME’S LOLITA ART. Almadén, 12. Madrid







Manuel Garcés, (Córdoba, 1972), es pintor que traslada a los cuadros aquellos lugares por los que ha pasado y en distintos momentos de su peripecia vital.


En todos los casos son escenarios normales del mundo ordinario que le rodea, en los que dejó, sus sentimientos impregnando sus estancias y cosas, permaneciendo en su memoria, como improntas indetectables.

Todo ello es permanente objeto de su observación e interés, visto desde la perspectiva de la creación artística. De alguna forma puede afirmarse que el artista es pintor de la vida, aunque en sus cuadros está con frecuencia ausente la figura humana.

Ahí está ese abigarrado parque, repleto de cosas y utensilios para el solaz y el juego de los infantes. Ahí está esa solitaria sala de espera de aeropuerto, en la que un maletín permanece a la expectativa de ser embarcado en el avión que se divisa a lo lejos; o esa otra de un hospital infantil decorado para mitigar la angustia de los pequeños dolientes que lo frecuentan. Y ahí está, en fin, esa silente cadena musical, para ser oída por los ojos. Y…

Ahí están inertes todos ellos, dibujando una soledad melancólica, esperando que nuestros ojos se posen sobre ellos para que nos hablen, y como dejó escrito Paul Auster, “de repente se revelen cosas que uno no quiere ver o no quiere saber…porque por sí mismas las cosas no significan nada…, pero sin embargo nos dicen algo, siguen allí no como simples objetos, sino como vestigios de  pensamientos”, pensamientos del artistas, que se nos han de revelar por la observación de esas atrayentes formas, sustanciadas sobre los lienzos.

En su acercamiento e interpretación de la realidad que le rodea, que él observa con la emocionada mirada del que descubre el misterio del significado profundo de unas luces sin sombras,  de una geometría de líneas que tergiversan la lógica de la perspectiva, el artista hace suya la admonición del pintor romántico, Caspar David Friedrich, cuando proclamó que “el artista no solo tiene que pintar lo que ve delante de si, sino también lo que ve dentro de si, Si no ve dentro de si nada, debe dejar también de pintar lo que ve delante de si”, todo lo cual él sintetiza en uno de los términos de su ecuación de su dialéctica creativa: el contenido de la obra.

En cuanto al segundo término de la misma ecuación heurística: la forma, se trata de imágenes esenciales, luminosas, directas y nítidas, en las que una paleta intensa de colores puros, aplicados con una pincelada ligera, sirve para representar los motivos en una particular perspectiva de corte picassiano, que tienen a la vez concomitancias con el arte pop.

En efecto, el lenguaje cromático, desarrollado en estas obras, definido por colores puros, lisos, sin matizaciones ni veladuras, siguen el paradigma fovista, asignando a cada objeto, no su color natural, sino aquel que el artista considera que expresa con mayor rigor, en una percepción holística de la composición, el intuido por su imaginario, dentro del cual diseña el ideal de la obra, como un total armonioso y contrastado.

“El color manda y a medida que se progresa en la construcción del cuadro, que a su vez impone sus propias normas, a las que el pintor se va acomodando, cambiando el resultado previsto hasta ese momento”, dice Manuel Garcés, al explicar el proceso creativo de un cuadro, desde la fotografía y la memoria, hasta su finalización, pasando por el boceto.


Camino agonal que todo verdadero artista ha de transitar, como el dolor precede al parto. Y Manuel Gámez es un verdadero pintor. Por sus palabras, pero sobre todo por sus obras lo conoceréis. 

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