Pedro
Soro Cano, (Albacete, 1961), policía, abogado e “incipiente escritor”, sintió
desde su niñez la pulsión vocacional hacia el arte y concretamente hacia la
pintura. Sin embargo los avatares de la vida le encauzaron hacía otras
ocupaciones y obligaciones que le apartaron de aquello que clamaba desde lo más
entrañable de su ser: ser pintor.
Mas
al fin sucedió lo inevitable, como fato inexcusable al que no es posible esquivar: Después de haber sufrido un
accidente, aparece ahora con su pintura, que aborda como autodidacta en su
propio estudio, que es, a la vez que espacio para la creación, laboratorio de
técnicas, pigmentos, formas, proporciones y perspectivas.
Dotado
de un talento natural para la pintura y el dibujo se dedica, ya en su madurez
personal, a pintar como tarea primordial y lo hace con gran empeño e
inteligencia y bajo el paradigma del realismo, dejándose llevar por el
sentimiento, que logra plasmar en un buen número de sus obras, inspiradas en
fotografías que han causado en él un impacto emocional contundente.
El
signo diacrítico de su obra es la interpretación, pues el artista no copia
“stricto sensu”, sino que traduce. No reproduce, sino que crea algo yacente en
la otra realidad que late en lo profundo
de su ideario, con la intención racional de generar emociones, tal y como Josef
Albers enunciaba en relación al arte.
“El
arte no se explica, se siente”, dijo Baudelaire y muchas de las obras de Pedro Soro gozan de este carisma, pues llegan
directamente al sentimiento del que las contempla, superando la barrera que
puede suponer unas aparentes carencias técnicas.
En
la mayoría de sus cuadros, de otra parte, son muy destacables sus arriesgadas,
pero conseguidas composiciones formales, llenas de armonía, perspectivas y
escorzos que no todos se atreven a acometer.
Pedro
Soro Cano, vocacional, infatigable trabajador, ilusionado que busca su utopía,
que ha querido presentar su obra en Madrid y que, como todo artista, quiere que
“alguien vea lo que pintamos”, lo cual, más que la satisfacción de un deseo
legítimo, ha de considerarse como un deber ético hacia los que aman el arte en
cualquiera de sus manifestaciones.
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