jueves, 26 de julio de 2018

182.06* PEDRO SORO CANO . C. C. MONCLOA . Pza. de la Moncloa, 1. Madrid





Pedro Soro Cano, (Albacete, 1961), policía, abogado e “incipiente escritor”, sintió desde su niñez la pulsión vocacional hacia el arte y concretamente hacia la pintura. Sin embargo los avatares de la vida le encauzaron hacía otras ocupaciones y obligaciones que le apartaron de aquello que clamaba desde lo más entrañable de su ser: ser pintor.


Mas al fin sucedió lo inevitable, como fato inexcusable al que no es posible  esquivar: Después de haber sufrido un accidente, aparece ahora con su pintura, que aborda como autodidacta en su propio estudio, que es, a la vez que espacio para la creación, laboratorio de técnicas, pigmentos, formas, proporciones y perspectivas.

Dotado de un talento natural para la pintura y el dibujo se dedica, ya en su madurez personal, a pintar como tarea primordial y lo hace con gran empeño e inteligencia y bajo el paradigma del realismo, dejándose llevar por el sentimiento, que logra plasmar en un buen número de sus obras, inspiradas en fotografías que han causado en él un impacto emocional contundente.

El signo diacrítico de su obra es la interpretación, pues el artista no copia “stricto sensu”, sino que traduce. No reproduce, sino que crea algo yacente en la otra realidad  que late en lo profundo de su ideario, con la intención racional de generar emociones, tal y como Josef Albers enunciaba en relación al arte.

“El arte no se explica, se siente”, dijo Baudelaire y muchas de las obras de  Pedro Soro gozan de este carisma, pues llegan directamente al sentimiento del que las contempla, superando la barrera que puede suponer unas aparentes carencias técnicas.

En la mayoría de sus cuadros, de otra parte, son muy destacables sus arriesgadas, pero conseguidas composiciones formales, llenas de armonía, perspectivas y escorzos que no todos se atreven a acometer.

Pedro Soro Cano, vocacional, infatigable trabajador, ilusionado que busca su utopía, que ha querido presentar su obra en Madrid y que, como todo artista, quiere que “alguien vea lo que pintamos”, lo cual, más que la satisfacción de un deseo legítimo, ha de considerarse como un deber ético hacia los que aman el arte en cualquiera de sus manifestaciones.

Es, por otro lado, el riesgo que debe afrontar todo artista.

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