Nace Carlos Boix en la Habana el 14 de Junio de 1949. Se educa y crece en su tierra natal y allá por el año 1980, frisando los treinta años, se traslada a Estocolmo. Reside posteriormente, -alma cosmopolita- , en Argel, Túnez, París, Ginebra y, finalmente, en Madrid desde 2009. Todo este periplo vivencial y cultural impregna y late en su obra, emanando de su yo más íntimo.
Una primera mirada a la exposición basta para comprender que nos hallamos ante un surrealista, no sólo en lo aspectos formales, acaso también en su fondo vital e intelectual, que brota enérgico de los trazos con que dibuja sus fantasías, que guardan un fuerte correlato con la “escritura automática”, en la que el surrealismo condensaba la expresión material de su filosofía, que aspiraba a la destrucción de todo mecanismo intelectivo, intentando alimentar la creatividad directamente desde el subconsciente, desde el sueño, la alucinación, excluyendo los mecanismos racionales en la mayor medida de lo posible. Que sea el dramaturgo Fernando Arrabal, quien redacta el proemio del catálogo, ratifica aún más esta apreciación.
Digamos que nos encontramos ante un dibujante, que se expresa más con este medio, que con los colores de la pintura. Boix no dibuja pintando, sino que dibuja sobre manchas de colores, aplicando luego el “dripping”, que los pintores de la “Action Painting” idearon por los años cuarenta. Por lo que respecta a su paleta, Boix emplea, en porcentaje mayoritario, tan solo el negro, ( y/o azul marino oscuro), y el blanco, matizando el dibujo sobre fondos grises de distintas intensidades. En los otros emplea toda la gama de colores, entonando cada cuadro alrededor de un color dominante.