La
pintura que, Javier Riaño (Bilbao, 1959), presenta en esta veterana y
prestigiosa galería, es en si misma un claro muestrario de paradojas que
estimulan a su contemplación:
Es
una pintura sencilla en su textura y concepción formal, pero compleja en sus
juegos de luces y sombras, que dan solemnidad a los cuadros, que son, por otra
parte, la exaltación de la figuración realista, pero sin que en sus paisajes
urbanos y escenas interiores haya el mínimo vestigio de lo castizo y lo kirch,
sí, por el contrario, una visión progresista de la pintura sobre lienzo.
En
sus cuadros reina la soledad y el silencio, pero dentro de ellos late un
impulso vital que corre a través del sistema de formas geométricas, perspectivas
y colores complementarios, valorados por luz intensa, cuyos focos están situados
en los propios cuadros, en los que lo cálido y lo frío armonizan de forma
sorprendente, creando atmósferas sugestivas, a la vez acogedoras e inquietantes.
Javier
Riaño muestra ser un pintor concienzudo y perfeccionista. Pinta directamente
sobre el lienzo, sin imprimación alguna, diluyendo al máximo las pinturas al
óleo, para que ésta impregne las fibras del lino, como si de un tinte se
tratara, logrando unas terminaciones elegantes y perfeccionistas.
Sus
escenas urbanas, en su mayoría patios de vecindad, son visiones nocturnas,
iluminadas por luces que proceden de las ventanas de las viviendas, que se
vuelcan a estos patios; sus interiores, doblemente iluminados por potentes
focos de luz artificial y por ventanales fuertemente iluminados por un implacable
sol exterior, captan la mirada y la atención del observador, que a medida que
escrudiña el cuadro, va descubriendo una riqueza de matices en el color, que en
principio pasan inadvertidos, ya que los cuadros se basan en los monocromos, (sienas,
ocres, azules y sus compuestos verdes), inteligentemente graduados, pasando de
los más claros e iluminados, a los más oscuros, cercanos al negro.
Coincidimos
con Amalia García Rubí, (“Infoenpunto/25.2.12”), cuando dice que “cabría hablar
de una suerte de tenebrismo claroscurista a la moderna, que en el fondo
participa de intereses enfáticos, con cierto carácter cinematográfico”, ya que,
en efecto, sus cuadros nos acercan al cine expresionista de Murnau o de O.
Welles, en los que luces y planos, crean escenarios de una teatralidad escueta,
desnuda de artificios.
“Hay
una búsqueda de misterio en lo silente de estos ambientes cotidianos, (dice
García Rubí), expuestos desde ópticas que parecen apaciguar, pero que en el
fondo agitan nuestros sentidos”.
Última
paradoja de una pintura que, basada en una objetividad hiperrealista, llega a
agitar los sentimientos del que la observa y se detiene en su contemplación.
Pintura
en la que la imagen toma su valor total, descrita por la luz y la sombra, por el
color plano y por el sutil contraste cromático. Pintura sobresaliente en su
fineza y en la perfección de sus formas y perspectivas.
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