domingo, 20 de mayo de 2012

045.05* MARÍA JOSÉ REDONDO. CASA DE CANTABRIA. Pío Baroja, 10. Madrid





Esta artista guipuzcoana, nacida en la Bella Easo, pero madrileña por vida y convicción, de larga carrera, que inició en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, licenciándose en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense, -de la que fue profesora-, expone nuevamente, de forma individual, en la sala de exposiciones de la casa y hogar de los cántabros instalados en la Villa y Corte.


Es ésta una amplia muestra de su producción de los dos últimos años, -compuesta por cuadros de mediano y pequeño formato, acrílicos sobre tabla-, en la que se compendia y sintetiza la instintiva y domada solercia de la autora, que ha encauzado su obra por el camino de un post-fovismo trascendido por su propio genio, que encuentra sus raíces en el primer Derain y el más violento Vlaminck, desde sus iniciales tierras y paisajes, hasta sus últimos mares y amaneceres, que presenta en esta exposición.

La serie de las “Olas”, que ocupan un buen trecho de de la sala, son estallidos de blanca espuma, que pugnan por entrar en las pupilas y mojarte la emoción. Has de retirarte un poco de las tablas, sosegar el ánimo y observar con detenimiento el estudiado trabajo compositivo con que la artista ha elaborado cada cuadro, que a primera vista se presentan como el totum revolutum de un expresionismo que se aproxima al abstracto, pero que luego vamos descubriendo, pincelada por pincelada, cómo el caos ha sido ordenado por la acción de la artista, para que cada imagen sea en efecto la de una ola, tal y como la propia naturaleza quiere presentárnosla en su total entropía.

Otro tanto puede decirse en relación con su serie de las “Flores”, donde las formas y los colores estallan también con violencia ante los ojos del que las contempla, inundando asimismo de luz a los sentidos.

Como en las “Olas”, la artista prescinde en estas obras de cualquier referencia espacial y desecha cualquier vestigio de perspectiva, sin embargo las imágenes son percibidas con el volumen, que el observador imagina y siente, tal cual los trampantojos inducen al engaño del que los contemplan.

Se llega a seis, más bien pequeños, cuadros que recogen el “Amanecer en Cullera”, en distintos días de cualquier verano. Aquí los calientes colores fieras y salvajes, nos asaltan y nos atrapan, hasta adentrarnos en el disco de fuego que, naciendo del mar, tinta de colores contra-natura a la mar que lo refleja, en cuadros de un expresionismo total.

Aquí y allá, cuadros de más bien pequeño formato, formando paneles de cuatro o seis tablas, recogen, en un total estilo abstracto, las impresiones que las ondulaciones en líneas sucesivas y horizontales del movimiento perpetuo del mar, causan al que las contempla. Para comprenderlos hay que mirarlos desde un cierto alejamiento físico y fijeza en el mirar.

Mar y Flores comparten el alma de la artista María José Redondo, cuyas sensaciones expresa con rotundidad y soltura en sus cuadros.

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