Pintor
fecundo, de muy personales y fuertes características, pero hoy bastante olvidado
por muy diversas causas, entre las que seguramente no están ausentes aquellas
que exhalan ciertos tufos de origen ideológico.
Bien
es cierto que, una gran parte de su obra, está constituida por retratos que al
presente descansan entre las pertenencias de los herederos de sus originales
propietarios y el resto, mayoritariamente realizada fuera de España, ha estado,
hasta hace poco, en manos de una sola familia.
Beltrán
Massés, (nacido en Güaira de Melena, Cuba, en 1885 y fallecido en Barcelona
–Hotel Ritz-, en 1949) fue un prototipo del burgués, (casado con una rica cubana,
que le sobrevivió veinticinco años), que asimiló los principios epicúreos y
hedonistas de la Belle Èpoque y de los Felices Veinte, y desarrolló su arte por
muy distintos países.
Se
desenvolvió entre la aristocracia de sangre, europea e hindú, (retrató, por
encargo, al rey Alfonso XIII, con el que mantuvo una cierta amistad; al
británico Jorge VI; a los reyes de Italia y de Grecia, al Sha de Persia, a los
Maharajás de Kapurtala y de Indore, a princesas, duquesas, marquesas y
condesas, al vizconde Alain de Léché, y a un largo etc.); entre la aristocracia
del dinero y del poder norteamericana, (pintó a magnates tales como Hears, -que
inspiró “Ciudadano Kane”-, Peugeot, Rothschild, Forbes, entre otros); y la
emergente clase del “star system”
hollywoodiense, (Rodolfo Valentino,-que le invitó y acogió en su mansión-, Joan
Crawford, Douglas Fairbanks Jr., etc.).
Pintó
también a las artistas españolas de más éxito del momento, como Antonia Mercé
“La Argentina” o Tórtola Valencia, cuyo magnífico retrato se expone en esta
muestra, constituyendo un paradigma del personal genio del pintor, dentro de un
simbolismo depurado, en el que se encuentran los característicos elementos
formales, de lo que luego pasa a codificarse como pintura modernista, en donde
se descubren incipientes rasgos del art déco, que Beltrán Massés empleará
magistralmente en la obra que produce en la década de los treinta, con figuras
estilizadas, bien dibujadas y definidas, con un arrebatador tratamiento sensual
de las formas femeninas, -que en ocasiones se adentran en algo más que un
esbozo de un delicado erotismo-, dando, a los modelos masculinos, la refinada
apariencia propia del dandy.
Uno
de los cuadros más representativo de esta etapa de madurez, es el titulado “Femme
au chapeau vert”, arquetipo de su definido modernismo, que se encuentra entre
los fondos permanentes del Museo Art Nouveau y Art Déco- Casa Lis, en Salamanca,
procedente de la donación hecha por el coleccionista y mecenas Manuel Ramos
Andrade, entre cuyo acervo se encuentra la inefable colección de
criselefantinas de Chiparus.
Aunque
su pintura es un claro exponente de lo que ha venido a llamarse en España
Modernismo, (Art Nouveau y Modern Style, fuera de nuestras fronteras), este
artista desarrolló una vida independiente de los cenáculos y tertulias donde se
elaboraban las teorías y se trababan las complicidades, que aportaban los
fundamentos a estas tendencias estilísticas, tanto en Barcelona, como en Paris,
a donde pasa a residir desde el año 1916, una vez que su obra es rechazada, por
escandalosa, por los círculos oficiales de la pintura clasicista, entones
canónica en España.
Como
él, fuera del grupo barcelonés “Els Quatre Gats”, que se formó alrededor de
Casas y Rusiñol, por donde pasaron casi todos los modernistas españoles, (incluidos
tanto Miguel Utrillo, asimilado en la práctica a los pintores franceses, como
Picasso, durante su etapa azul), se encuentran nombres tan reseñables como
Ricard Canals, José María Sert, H.Anglada Camarasa o el canario Nestor
(Martín-Fernández de la Torre), representativos del movimiento modernista español.
En su época sobrepasó a todos ellos en prestigio y oportunidades. Hoy, como
hemos dicho, es una figura, si no olvidada, si preterida. Sin embrago, Beltrán
Massés no desmerece, si se cotejan sus obras con las de artistas del renombre
internacional, como Max Klinger(como pintor), Felix Valloton, Franz von Stuck y
aún el destacable Gustav Klimt
En
Beltrán Massés, se puede comprobar el camino que recorrió todo pintor
postromántico, que no habiendo tomado el camino prerrafaelita, (haciendo la
salvedad del difícil deslinde entre ambas tendencias), se adentra , desde una originaria
pintura naturalista postromántica (en su caso fuertemente influenciado por su
primer y temprano maestro Sorolla), por el mundo del simbolismo, con espíritu “moderno”,
sumido en un “misticismo” seglar o pagano, donde habitan lo oculto y lo misterioso,
que se plasma en cuadros que encierran un intencionado enigma, para que la
sensibilidad del atento observador le haga vivir la obra como una visión
interior. Preludio de lo que de forma casi coetánea pretenden los abstractos,
como culminación del proceso indagatorio, en el que se busca dar a la forma y
al color, a la parte matérica de la obra, la total plenitud de su potencial de
expresividad de la idea y del sentimiento del artista, sin necesidad de mímesis
delusoria.
En
lo formal, la pintura de Beltrán Massés responde a los cánones medios del
simbolismo: colores grises, donde abunda los tonos azules; los verdes y rojos están matizados con
veladuras azules, que compactan la composición cromática, dentro del
característico “horror vacui” del estilo y de su realismo característico, en el
que el dibujo tiene un valor preeminente
Cabe
reseñar un cuadro de gran tamaño, titulado
“Procesión de Viernes Santo en Turégano”, de 1914, que de no verlo firmado por
él, bien podría confundirse con un lienzo del costumbrismo aldeano y rural de
Gutiérrez Solana. ¿Tuvieron por entonces las mismas fuentes de inspiración,
posiblemente goyesca? ¿Se conocieron y frecuentaron? Nada de eso dice la
historiografía del artista que hemos visitado.
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