Carlos
Morago, (Madrid, 1954), inicia en 1977 su recorrido como pintor, consiguiendo
dos premios, que ya le auguran una carrera artística fecunda, a la que se da
con total vocación y entrega.
Los
trazos, que va dejando su obra, son indelebles y reconocibles, pues Carlos Morago
sigue, desde su origen, una pauta, una regla, su paradigma, convencido de
aquello que quiere comunicar y de cómo lo quiere comunicar.
Sus
cuadros están compuestos con rigor arquitectónico. Sus perspectivas son
exactas, sus líneas rectas y fugas insistentes y, en cierto aspecto,
abrumadoras, cuando representa, en impresionantes composiciones, interiores,
sean habitaciones, pasillos, pasadizos o tránsitos, en los que al final siempre
está la luz, que alivia el ánimo.
Su
fascinación por las imágenes arquitectónicas y por las líneas de fuga, hace que sus modelos exteriores estén
constituidos por edificios, que, o bien están formando calles, o bien
proyectados al firmamento, representando sus volúmenes mediante un juego rigurosamente
medido y estudiado de sombras y de luces. O por jardines y patios donde la mano
del hombre ha ordenado el espacio.
De
todas ellas emana la saudade de un poema de Rosalía de Castro o Valentín Lamas
La
técnica del pintor, (habitualmente óleo sobre tabla), es delicada, minuciosa,
que concede a los cuadros una apariencia elegante y sensitiva, con un atractivo
parejo al que se desprende de los trabajos de criselefentina.
Aedo
del silencio, bardo de la soledad, aravico de las ausencias y de la melancolía,
fortalecida por unos colores fríos, con predominio del blanco de sus infinitas
tonalidades, en su juego con el negro, el azul y el verde, este es nuestro
artista.
El
pintor elige sus modelos y a partir de ellos construye sus imágenes según
conviene a su intención expresiva, dibujando primero las líneas maestras de sus
composiciones, en donde la escuadra y el cartabón juegan sus partes
proporcionales. Sus escorzos de puertas alcanzan niveles de brillantez
difícilmente superables.
En
la colección de cuadros de mediano tamaño que presenta, (óleo sobre papel), la
perfección alcanzada, en la depuración de su pintura de todos aquellos elementos
que son contingente a la esencia de la representación, es más que notable.
Son
obras que respiran un lirismo empático, que nos alcanza.
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