Tan pronto se traspasa la
entrada, el ánimo del visitante queda prendido, sorprendido e impresionado,
desde que posa sus ojos sobre los cuadros de regular tamaño, que presenta Eduardo
Marco, (Porto Alegra, Brasil, 1979), en esta su nueva comparecencia en “Ansorena”.
Las fotografías de este artista,
sus cuadros, se enmarcan en un naturalismo esencial, que está más acá del
pictorialismo elaborado, pero más allá del testimonialismo directo e inmediato,
pues sus fotografías están llenas de simbolismo y también de denuncia
clarividente y profética, mostrando a la muerte cosificada, pero ausente ya del
horror de la connatural podredura.
Viajero, que ha hecho de la
aventura un modo de exprimir su vida y
los signos y señales de los lugares, donde un tanto el azar y otro tanto
su necesidad instintiva de emoción y solidaridad le dirigen, para plasmar la
esencia, el espíritu esencial que en todo lugar existe, cuando, ausente el
hombre, se participa de la soledad y de su consecuente, el silencio, porque si
bien, como dijera Paul Auster, “por sí mismas las cosas no significan nada (…)
pero sin embargo nos dicen algo, siguen allí, no como simples objetos, sino
como vestigios”.
Y es cierto, porque no habiendo estado
en el “sertao” de Río Grande do Norte brasileño, las fotografías de sus vacas apergaminadas se hacen vestigios de un
desierto orgánico y vital y nos lo describe y podemos participar de su mal hacer,
de su hambre, de su sed y de su muerte
Eduardo Marco sabe recoger la emoción
que de la escena emana. Sabe plasmar la verdad apodíctica del “polvo eres y en
polvo revertirás” y lo hace mostrando, como dijo el poeta Tomás de Cuellar, “De
qué modo tan triste y tan feo/ acaba la vida”.
Imágenes robadas al polvo del
desierto; figuras inertes llenas de ausencias
y vacías de recuerdos. en las que el autor materializa su necesidad imperativa
de captar las emociones que provoca la
ausencia de vida, que sin embargo se hace más presente, pues “la ausencia es la
mayor forma de la presencia”, como dijera James Joyce.
Imágenes fuertes, que logran sobrecogernos
al tiempo de su contemplación, trayéndonos sensaciones primigenias, enraizadas
en el dualismo de los opuestos: lo bello y lo feo; la vida y muerte, el horror
y la tranquilidad.
Mas, de otra parte ¿Quién puede separar lo bello
de lo feo en un poema de Rimbaud o de Baudelaire, de un grabado de Goya o de un
cuadro de Francis Bacon?
Eduardo Marco ha encontrado en la
fotografía la técnica más adecuada a sus talentos y ansias creativas de
expresión plástica y que ejecuta en grandes copias impresas en tintas
pigmentadas HDS sobre papel hahnemühle PhotoRag Pearl 320 gr.
Y, terminando, -tal las describe Bruno Galindo, en el
catálogo de la exposición-, las vacas recogidas en las fotografías de Eduardo
Marco: “Son como mapas de piel. Cadenas montañosas de cuero y calcio.
Superficies de un tambor que ya no suena. Contuvieron vida, y aún la tienen, pues
nada deja de ser, sino que se convierte en otra cosa. En este caso, y en la
mirada del fotógrafo, la muerte se transforma en imágenes de deshuesada belleza”.
“Son
instantáneas que nos recuerdan donde hubo vida. Y que la vida siempre encuentra
como salir adelante”, como venturosamente así viene siendo. Y aún los vestigios
sobreviven al fuego del sol y al agua de la lluvia y a la abrasiva erosión del
viento. Y aquí están.
BENITO DE DIEGO GONZALEZ
Miembro de la Asociaciones
Internacional,
Española y de la Madrileña de
Críticos de Arte
www.domusdidaci.blogspot.com.es
12/09/2019
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