Autor
reconocido en Europa, sin embargo escasamente expuesto, por lo que esta muestra,
con más de 70 cuadros, (pinturas, dibujos, grabados y acuarelas), se presenta
como un acontecimiento y una oportunidad única para conocer la obra de este
pintor norteamericano, nacido en Nyack, estado de N.Y., en 1882, y fallecido en
la ciudad de Nueva York, en 1967.
En
efecto, tal y como dice la nota de prensa emitida por el Museo, la exposición
reúne la más amplia y ambiciosa selección de la obra del artista que se haya
mostrado hasta ahora en Europa, con préstamos procedentes de grandes museos e
instituciones, como el MoMA y el Metropolitan de N.Y., el Museo de Fine Arts de
Boston, la Adisson Gallery of American Art de Andover o la Pennsylvania Academy
of Fine Arts de Filadelfia, además de algunos coleccionistas privados, con
mención especial del Whitney Museum of American Art de N.Y., que ha cedido 14
obras del legado de Josephine N. Hopper, esposa del pintor.
A
través de las obras expuestas se puede conocer, de forma cronológica y completa,
la evolución de Hopper, desde sus años de formación en la New York School of
Art, hasta su madurez, analizando su trayectoria artística, incluida su etapa
como ilustrador al servicio de revistas y de la publicidad, destacando los
temas recurrentes de su producción.
En
la N.Y. School of Art tuvo como maestro a Robert Henri, veterano impresionista
americano y apasionado realista, que se guiaba por la tradición del innovador
Thomas Eakins y al que se le considera líder de los pintores disidentes, que
querían narrar la cotidianidad de las barriadas neoyorkinas del Lower East Side,
en temas más o menos sórdidos, que quedan plasmados mediante una paleta oscura
y un estilo agresivo y revolucionario para los tiempos que corrían, por lo que
fueron motejados con el título, (entonces no precisamente honorable), de “The
Ashcan School”, es decir, de “La Escuela del Cubo de Basura” aludiendo a su
temática, titulación con la que hoy se les ha codificado.
Para
entender la pintura y la poética de Hopper, conviene situarlo en su contexto
sociológico, como perteneciente a un grupo a partir del que, (según señala
Susan Behrends Frank en el catálogo de la exposición “Made in USA”), “miembros
del círculo de R. Henri, como Pène du Bois y Hopper, transformaron el realismo
romántico de Eakins en signos del aislamiento, de la frustración y el tedio. La
pintura de Hopper pone de relieve la soledad esencial del individuo en su
entorno”.
En
1906, Hopper se traslada a París donde reside durante un año, viviendo, junto a
otros compatriotas, el ambiente de las vanguardias que allí se gestan, si bien
es la corriente impresionista su manantial de inspiración y solercia, que le
facilitarán su acceso a su particular tratamiento de la luz. A este respecto el
mismo pintor dejó dicho: “Tal vez no soy muy humano. Lo único que me interesa
es pintar la luz del sol en la pared de una casa”. Lo que, en efecto, queda muy
patente y conseguido en su obra.
A
su retorno a Estados Unidos el artista tendrá que trabajar, para subsistir,
como ilustrador de revistas profesionales y en la publicidad, actividad que considera
degradante, si bien en la exposición puede admirarse, mediante proyecciones, la
excelencia de algunas de sus realizaciones en este campo, que dan muestra del
genio artístico de Hopper. No obstante a esta circunstancia, el pintor sigue haciendo
esta actividad de ilustrador compatible con su superior vocación artística.
Así
descubre la virtualidad y potencia expresiva del grabado, que ocupan un
importante, quizás esencial, lugar en su obra, con representaciones de figuras
solitarias, arquitecturas imponentes y encuadres espectaculares. También su
incursión en la acuarela, a inicio de los años veinte, en la ciudad costera de
Gloucester, con las casas victorianas como temática central, definirá el
posterior desarrollo de su producción artística.
A
partir de aquí, en el periodo de entreguerras, el realismo urbano del la Ashcan
School “perduró especialmente en el arte de Edward Hopper, que siguió
interpretando la existencia urbana en obras cada vez más despojadas, con
perfiles achatados, formas simplificadas y sombras ilusionistas. Su modernidad,
siempre basada en la figuración, estaba impregnada de su percepción psicológica
para la angustia y alienación del siglo veinte”, como acota la mencionada
especialista Susan Behrends, en la misma obra referenciada.
Hopper
personifica de manera ejemplarizante aquello que, del realismo, predicó Bertold
Brench cuando dijo: “El realismo no consiste en establecer cómo son las cosas reales, sino cómo son las cosas en realidad”.
Hopper sabe expresar y hace percibir la intimidad, la melancolía, el presagio y
la complejidad de las relaciones interpersonales.
En
la exposición está presente el cuadro titulado “Morning Sun”, (Sol matutino”),
óleo de 1952 de 71,4 x 101,9 cm.; obra paradigmática de la producción pictórica
de Hopper. En este cuadro se pueden observar la concepción formal y la
narrativa del artista: De un lado, la relación entre interior y exterior, separado
y unidos por la ventana, que la mujer no atraviesa en su ensimismamiento. De
otro, está la definitiva importancia que tiene la luz y sus efectos. En los
bocetos de la obra, que también se exponen, se revela que el interés del autor
está en la incidencia de la luz sobre el cuerpo de la mujer. El cuadro muestra
que, a pesar de estar la habitación, que es luminosa, bañada por el sol, el
ambiente general es frío e, incluso, un leve estremecimiento parece transmitirse
al espectador. Este fenómeno, que se repite en sus cuadros, hace que la profesora
Kerstin Stremme infiera que “esta incursión tenaz de Hopper en lo visible con
el fin de mostrar lo invisible, concretamente las comprensibles inclinaciones
humanas, convierte el realismo de Hopper en un realismo del subconsciente, que
se explica en la lectura de sus cuadros”.
Es,
en nuestra opinión, una exposición de obligada visita, que a buen seguro les
dejará satisfechos.
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