sábado, 29 de septiembre de 2012

053.09* MANUEL ALCORLO. MIRANDO LO QUE PASA. GALERÍA BAT. María de Guzmán, 61. Madrid




Contemplar la obra de Manuel Alcorlo, (Madrid, 1935), es un acto placentero, que no supone el menor esfuerzo, pues cada uno de sus cuadros son como luminosas ventanas abiertas a la luz y a la belleza, por las que a su través nos llegan al alma, de forma directa y fluida, los sentimientos que el artista nos transmite en la plenitud de sus cuadros y aún en cada una de sus pinceladas y líneas.


Dice el artista:”Mirando lo que pasa y nos pesa, se encuentra el pintor. Cuando acierta en sus disquisiciones es porque la luz, el color, la forma, el humor, la ironía, la vena poética se ponen de acuerdo y su reflejo es la obra que surge, o el intento de ella”, explicando con ello el proceso de concepción y gestación de sus trabajos.

Por otra parte, las obras de este enorme artista renacentista están realizadas, desde un conocimiento del oficio, sobre el que ha investigado en largas horas de trabajo honesto e intenso, provisto de su natural solercia y un espíritu penetrante y sensible, para analizar y expresar, no la realidad que ve, sino la auténtica verdad que descubre en ella y que finalmente plasma en sus cuadros, que su fecunda mente imagina en tanto disfruta del placer de pintar únicamente lo que le apetece, según sus propias palabras.

Y eso se nota, pues sus cuadros transmiten la frescura y la placidez, que brotan de un alma serena y poética, en la que la mordacidad y la sátira le son inmanentes, que imprime a los distintos y variopintos mundos que nos describe y con los que nos emociona.

Amante de la música y con tales capacidades, Alcorlo  puede dotar a sus cuadros de esa armonía y de ese ritmo que hacen que se sustancien en obras polifónicas, en las que se distinguen netamente las distintas cuerdas instrumentales, dentro de una composición formal exacta y equilibrada, o en soliloquios en los que los timbres del violín interpretan un tempo cadencioso y pleno de equilibrio entre forma y color, tales como sus apacibles paisajes de Nara o de Kyoto.

Manuel Alcorlo, (Académico Numerario de la de Bellas Artes de San Fernando, desde 1998), es pintor de su tiempo. Pertenece a esa generación fructífera y fecunda de la figuración madrileña que nació en la segunda mitad del pasado siglo, que junto a Alfredo Alcaín, Vicente Vela, Antonio Zarco, Isabel Villar, Santiago Morato, Pérez Villanta y un etcétera largo, (con algunos de los cuales formó el grupo de “La Cepa”), interpretan la realidad con ciertos tonos surrealistas y dentro de un territorio donde lo onírico y lo imaginario desempeñan un cometido esencial.

Dice el maestro Alcorlo: “Creo que no es posible entender el mundo, ese entramado variopinto, sin el hilo conductor del dibujo, él nos lleva por lo infinitos vaivenes de la forma, por lo detalles más nimios y sus derivaciones, como la escritura, la grafía musical, nos llevan por todas partes, porque todo está dibujado”, tal y como el innovador Zézanne vino a proclamar, en su momento histórico, al buscar algo más allá del impresionismo.

Y es que Manuel Alcorlo es un dibujante de excepción, (como, por otra parte, casi todos los de su generación de la Escuela de San Fernando), y su obra como tal y como grabador constituye un enorme monumento a la sabiduría en el hacer y una permanente alusión al mundo de la literatura, recreando en sus dibujos y grabados, de seguros trazo y línea, los diferentes estilos que más se acolan con las imágenes y escenas que quiere representar, tomando como referencia la amplia panoplia, siempre ampliable, de los maestros que él elige.

Mas cuando conjuga línea y color es cuando se completa el círculo pletórico de magia y de fascinación, entregándonos para nuestro deleite obras a las que no cabe poner o quitar un ápice de sus contenidos formal y expresivo.

Son obras redondas, que narran sucesos, actitudes y conceptos, ejecutados por personajes que son las psiques de los actores de tales acciones y escenas en el mundo real.

Es aquí donde y cuando la poesía se encumbra, los sentimientos afloran y la emoción acelera nuestros latidos.

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