Al
tratar de hacer visible y plástico lo invisible, el artista postmoderno se
encuentra en sendas encrucijadas, tanto metafísica como práctica, sometido a un
sinfín de dudas que le condicionan psicológicamente, viéndose obligado a emplear
todas sus capacidades de resiliencia e ímpetu.
Porque
tras la ”muerte del arte” en la postvanguardia, el arte, en cada artista,
renace ahora de sus propias cenizas, en alumbramientos que encauzan, por distintas acequias, las experiencias
anteriores, las represan después y, con energía renovada, las dejan salir mixturadas por los portones de
su creatividad, pero siempre acosados por la sospecha de plagio o de remedo.
Encontrar
nuevas formas expresivas en el territorio del informalismo abstracto, presupone,
de una parte, tener un muy amplio conocimiento de lo mucho que ya ha sido dicho
por los creadores precedentes; de otra, estar dotado de una inteligencia
suficiente, que permita allanar temores y, por último, poseer una gran solercia
natural y una capacitación notables para el ejercicio de las artes.
Que
nuestras mentes son tributarias de los visible, y más hoy cuando desde la cuna
a la sepultura la humanidad urbanita está sometida a la esclavitud del audiovisual,
es algo irrefutable. Sin duda, convencido de esta realidad, Ángel Pedro Gómez
escribe en el catálogo de la exposición, -que bajo el título de “Hallazgos”,
presenta Esther Plaza, (Madrid, 1962), en la Galería Orfila-: “La vida de un
verdadero artista es una vida de hallazgos. La necesidad de sorprenderse
encontrando, la actitud de forjarse un pensamiento visual, la conciencia de
descubrir, forman parte de su existencia. Lo ve, lo mira, lo sueña o lo
encuentra y lo pinta, e intenta pintarlo todo, no quiere que se le escape nada”.
Todo
lo dicho acola con una descripción de la actitud creadora de Esther Plaza ante
el hecho artístico: De sólida formación académica, estudiosa y conocedora de la
historia del arte y de “la cavernas pintadas”, impulsada por una irresistible vocación
artística decide, con ánimo firme, aceptar el reto que su inquietud intelectual
le propone.
Como
entregada amante del color, ha seguido la senda de la destrucción de la forma dibujada,
concretando su pintura en manchas que excluyen al trazo.
Pero,
impresionada por los fenómenos telúricos y sus efectos ópticos; interesada por
las galaxias nebulosas, por los límites imprecisos y variables de agua en la
playa y de la lava despeñada, e interesada en contrastar lo más grande con lo
más pequeño, interpreta sobre el lienzo estas experiencias, visualmente
difusas, dotando a sus imágenes pintadas de un halo poético y delusorio, que
procede del filtro del sentimiento por el que han pasado sus experiencias
visuales y sus percepciones.
Esther
Plaza consigue trasladar estas sensaciones al lienzo y hacerlas visibles y
plásticas, mediante un laborioso trabajo de veladuras, en un proceso similar al
que se sigue en el “sfumato”, que sin duda ha investigado con minuciosidad.
El
resultado final es una colección homogénea y coherente, muy interesante desde
el punto de vista artístico, que nos introduce en un mundo de emociones, que
linda, en una frontera difusa, entre lo imaginario y lo real.
Terminaremos
con las mismas palabras con las que Ángel Pedro Gómez concluye su proemio a la
exposición, dirigiéndose a la artista:”También tú ves, miras, sueñas,
encuentras y pintas, por eso moras junto a tus lienzos y la vida parece brotar
de ti, como agua fresca de manantial. Esos lienzos que tú pintas nos ofrecen
los colores de tu ilusión y están inundados por tu pasión”.
Poético
parlamento que, por ello y en palabras condensadas, resume la verdad de esta
pintora y desentraña el misterio de su pintura.
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