José
Luis López Romeral, (San Martín de Montalbán, Toledo, 1952), pinta y esculpe
por imperiosa exigencia vital. Hace, en palabras de Mario Antolín,- tomadas de
“Presencia en Getafe”, Catálogo. Ayto. Getafe 2010- “una pintura nacida de una
irrefrenable vocación, templada en las dificultades, cultivada en el esfuerzo y
refinada en el estudio apasionado y en el conocimiento vivo de la realidad
cultural”, frase en la que quedan definidas las cualidades genésicas de este
artista y de las que proceden la naturaleza y el lenguaje de sus obras.
Romeral,
en permanente aprendizaje de otros, pero mucho más de sí mismo, lleva la lírica
y la canción honda en las entrañas de su alma. También el inconformismo, que
encauza por las veredas de una permanente indagación del qué hacer y del cómo
hacerlo, para que sus emociones y sentimientos tengan fiel reflejo sobre el
lienzo.
“Momentos”
son la expresión plástica de unos procesos intelectuales, mediante los que cada
una de sus primigenias “Lijas”, van sufriendo metamorfosis, que recogen los
estados intelectivos y emocionales del artista, cuando acomete la
transformación de las imágenes que pintó con pigmentos sobre pequeños trozos de
lija de agua en momentos de apasionada inspiración.
En
la obra de Romeral están omnipresentes y transustanciados los arcos de las
ventanas del monasterio visigodo de Santa María,- que se convierten en tocados de
la poética imagen de sus adoradas Dulcineas de Melque, poliédricas y
polifacéticas por mor de la imaginación amorosa del pintor-, a los que canta en
cuarteta asonante, a modo copla de rondador: “tienes un mundo escondido/detrás
del gesto sereno/tienes a mi alma en vilo/sin saber si soy tu sueño”.
Entiéndase:
él no sueña las veneradas formas; duda si acaso es él mismo el sueño de ese
“gris granito de agua y soles”. He aquí la imagen más fiel del surrealismo
seminal que en este artista subyace: epítome de su compleja y a la vez llana
personalidad.
Pintor
figurativo primigenio e inevitable, pero necesariamente expresionista, que no
precisa del modelo real más que aquella impronta, que talla en su mente y que él
expresa dibujando las forma con pinceladas de color y claras veladuras
anárquicas, que dotan al cuadro de una cierta intangibilidad con tintes
místicos.
Fundamentalmente,
“es pintor de interiores y figuras”, (Tomás Paredes. “Mis Dulcineas de
Melque”. Catálogo. Dip. Prov. Toledo.
2009), que pinta sobre papel impreso,
para descubrir el misterio que previamente ha escondido. Pinta y esculpe por
instinto, pero también por intuición, por corazonadas. Sus imágenes presentan
los aspectos teratológicos inmanentes a su compulsivo y surreal lenguaje
estilístico y a su solercia innata, haciendo camino al andar y firme lo que
originariamente era feble; como cuando canta los palos del jondo.
Sus
personales esculturas, escasas en esta exposición, algunas de sólida
consistencia artística, exhalan un aroma a “déjà vu”, pues en ellas podemos
reconocer rasgos de Picasso, de Julio González, de Alberto o de otros de las
vanguardias, cuyas trazas siguen vigentes en esta postmodernidad.
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