Constituye
la obra del madrileño Vicente Arnás, (Madrid, 1949), una etopeya pictórica de
las características arquetípicas de una manera, (que no escuela ni grupo), de
entender la figuración en el arte, como la representación formal de los complejos mundos interiores,
que la mente humana puede concebir y soñar dentro del mundo del subconsciente,
cuando se racionalizan las ensoñaciones.
Vicente
Arnás y este conjunto de pintores, entre los que cabe destacar a M.Santiago Morato, Pérez Villalta, López
Herrera, entre otros como figuras destacadas de esta corriente española de pensamiento
y sentimiento del arte, defiende una expresión pictórica estrictamente
figurativa y realista, pero esencialmente conceptual de sus planteamientos.
En
efecto, la expresión formal que modela sus obras explica directamente aquello
que el artista ha vivido en su mundo interior, sin necesidad de apoyaturas
“literarias”, que enseñen qué es lo que
se tiene que ver e, incluso, qué es lo que se tiene que sentir y cómo se tiene
que mirar para comprender la virtualidad del o de los “conceptos”
representados, de forma tal que quien interpreta se constituye en el artista,
en un intento de dar virtualidad a una mímesis inexistente.
Desde
sus inicios Vicente Arnás como pintor, persevera en un concepto del arte que se
apoya en la solercia del artista y en su capacidad de transmitir emociones, y
lo hace con una tenaz actitud asertiva, convencida y convincente, pues sus
obras son paradigmáticas del trabajo constante, meditado y bien hecho, de la
armonía entre formas y color y de la belleza, en fin, que emana de la poesía.
Cada
cuadro de Vicente Arnás captura la atención de quien lo observa, como capturó,
allá por el 1975, la del maestro y humanista Manuel García Viñolas, uno de los
primeros de los muchos críticos y teóricos del arte, que han analizado y
comentado su obra, poniendo de manifiesto, con clamorosa unanimidad, la
capacidad del artista para transponer, a sus personales interpretaciones, las
imágenes que transitan por los primitivos flamencos, tomando a El Bosco como
señera, por los venecianos, por los manieristas, en cuyas escenas hace convivir
a personajes velazqueños, goyescos y cuantos de la rica veta intelectual y de
la inacabable inquietud del artista emanan con la fluidez de la alfaguara.
Sus
escenas pintadas con la pulcritud de una tabla flamenca, son escenas dramáticas
expuestas en el escenario del tinglado de la antigua farsa, en el que nuestro
Premio Nobel, Jacinto Benavente, desentraña e ironiza los prejuicios y malos
usos sociales, poniendo la escena en tiempos pretéritos, para una mejor
aceptación social fuera de prejuicios actuales.
En
la obra de Arnás atrae la perfección casi preciosista del dibujo, la
suntuosidad y complejidad de la escena, de corte surrealista, la verosimilitud
de las vestimentas que “se non è vero, è ben trovato”, una combinación de
colores armónica y bien contrastada.
Uno
se da cuenta que está ante una pintura rabiosamente actual, pero siente el
vértigo de ser trasladado a un mundo que hace siglos plasmaron otros maestros
de la pintura de todos los tiempos.
En
la pintura de Arnás está la esencia de la tradición. Y ya lo dijo el maestro
D’Ors, lo que no es tradición es plagio, pues el que no sabe heredar está
fatalmente abocado a copiar.
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