Esta excelente sala de
exposiciones del Ayuntamiento de Madrid acoge una selección de obras de los
últimos treinta años del pintor holandés Alwin van der Linde, (La Haya, 1957), desde
hace tiempo afincado en Madrid y en Montanchez (Badajoz), presentado por la
Galería Ansorena, de cuya nómina de autores forma parte.
Desde la muy temprana edad de
cinco años, recuerda el artista, ya mostró su determinación de ser pintor, que
resultó, con el transcurso del tiempo, ser irrevocable: Con diecisiete años
realiza su primera exposición, actividad que viene desarrollando, sin solución
de continuidad, hasta la fecha, extendiendo su área de presencia desde Holanda,
hasta China, pasando por Bélgica, Francia, Italia, Alemania y por supuesto
España, y más esporádicamente por Japón y los Estados Unidos.
Nos presenta el artista en
esta muestra, unos dibujos, de gran formato, a lápiz sobre lienzo, que
demuestran un destacable dominio de la técnica y una ejecutoria irreprochable.
Dibujos de gran belleza y lirismo, que imantan la atención, conmueven y ponen de manifiesto las extraordinarias
capacidades de las que está dotado este creador.
Alwin, como mejor se expresa
es en cuadros de grandes dimensiones, normalmente sobre lienzo, usando la
pintura al óleo como pigmento, pero sin eludir pintar sobre superficies
metálicas onduladas y usar el aerógrafo como “pincel”.
Si hubiera que encuadrar al
pintor en algún estilo, a Van der Linde le situaríamos dentro del
hiperrealismo. Ahora bien, como el mismo artista explica “mis cuadros más
recientes muestran un sutil abandono de la ‘realidad’ para adentrarme en un
mundo, en el que lo real o visible trata de mostrar, al mismo tiempo, lo irreal
y lo invisible”.
Y evidentemente es así, ya que
su pintura se mueve en la frontera que separa lo que se cree de lo que se
sospecha, actitud que supera los límites en los que normalmente se mueve la pintura
hiperrealista que copia, en sentido estricto, lo que ve sin otra pretensión.
Al pintor le seducen los
detalles de un todo: una parte de una rama, un trozo de un papel de aluminio
arrugado, un pequeño rincón de una pradera, una esquina de unas rocas,…, con
las que compone cuadros que mimetizan las líneas abstractas, sin dejar de ser
perfectamente reconocibles los objetos representados.
Los cuadros de este artista
atraen y despiertan emociones, con los colores fríos con que son pintadas sus figuras,
dentro de una atmósfera iluminada por la tenue luz del galicinio o del ocaso, entonando
imágenes y fondos mediante su lene teñido con un básico y difuso color violeta, que toma una
importancia fundamental, como elemento armonizador, más allá de lo que de banal
tendría su empleo en pinceladas concretas, y que da calor a la frialdad
esencial, que emana de los colores empleados.
Coincidimos con el artista,
(quién nos sigue lo sabe), cuando dice: “Plasmar la no-realidad con el detalle
y la apariencia de lo real lleva la atención al terreno de los sueños y de este
modo nos conectamos de nuevo con nuestra esencia de seres misteriosos”. De esta
forma, cuando la técnica es considerada solamente como un instrumento al
servicio del espíritu y dado que la realidad es insondable, nunca puede haber
dos cuadros figurativos iguales, aunque el modelo sea el mismo. Este es el
caso.
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