jueves, 5 de septiembre de 2013

083.09* CREDO . LAS EDADES DEL HOMBRE 2013 . IGLESIAS DE SANTA MARÍA, SAN MARTIN Y EL SALVADOR. Arévalo (Ávila)





La decimoctava edición de “Las Edades del Hombre”, que celebra en este año su vigésimo quinto aniversario, coincidente con el “Año de la Fe” convocado por el Papa Benedicto XVI y mantenido por el Papa Francisco, presenta en la ciudad de Arévalo una innovadora y, como siempre, magnífica, interesante, didáctica y profunda, en su faceta teológica, exposición bajo el lema o título de CREDO, respondiendo así a la llamada pontificia.

La elección de la abulense Moraña, -cuyo étimo es “moraina” o tierra de moros-, tiene su reflejo en algunos de los contenidos doctrinales y piezas de la muestra.

La elección de su capital, Arévalo, se justifica desde las diversas dimensiones que esta ciudad presenta y que van, desde la más sensualista, muy juntada al arte del buen comer, a la más espiritual, imbricada en el rico patrimonio ascético que representan sus seis iglesias, aún enhiestas, restos de las once que la engalanaron, -aparte de ellas, la impresionante ermita de La Lugareja-, algunas son ejemplares singularmente representativos de la arquitectura mudéjar, pasando por la carga histórica que le da el haber sido hogar de la Reina Católica, en sus años de infancia, junto a su hermano Alfonso y a su madre Isabel de Portugal, viuda de Juan II de Castilla.


Así la trilogía Moraña-Arévalo-Mudéjar nos invita a, y permite preparar nuestro espíritu ahondando en las bellas formas creadas con ladrillo de tejar, que, sustituyendo a la piedra, aparece, -siempre como elemento constructivo-, en emocionantes verdugadas, rafas, fajones, esquinas, arcos y ábsides, para, posteriormente entrar en el goce del arte que hemos de contemplar y vivir dentro de las iglesias de Santa María, San Martín y El Salvador.

Siguiendo a J.L. Gutiérrez Robledo y a R. Moreno Blanco, cabe señalar que el término mudéjar procede del árabe y significa “aquel a quién se ha permitido quedarse, sometido, tributario”, que se aplicó a los vencidos, españoles de fe musulmana, a los que se les dejó vivir en el territorio reconquistado por los cristianos, siendo la mayor parte muladíes, es decir, descendientes de cristianos hispanos, convertidos al islam a través de los siglos de dominio mahometano.

Mudéjar, de otra parte, es el título que se da a una particular y característica corriente artístico-arquitectónica, que nace en la coyuntura de dos concepciones culturales encontradas en convivencia, y que funde los elementos medievales hispanos, de una parte los cristiano-occidentales, - románico y gótico-, y de otra los musulmán-orientales, - omeyas, almorávides, almohades y nazaríes-, dando como resultado un arte mestizo y unas técnicas constructivas, muy valorados por los cristianos reconquistadores, hasta la expulsión de los moriscos en los albores del siglo XVII, y altamente revalorizadas a partir del siglo XIX, cuando viajeros y escritores foráneos hacen alabanzas admirativas de tal patrimonio artístico de única y autóctona raíz española.

Mas acerquémonos ya a la exposición de la XVIII edición de las Edades del Hombre, que se ha montado bajo el nombre de CREDO. La muestra, por tanto, se refiere, esa es su intención, al creer y a la fe.

Creer es una actitud humana, algo ordinario en la vida de cada uno. Creer es conceder nuestra confianza y asentimiento a los otros y aceptar lo que nos comunican, sin someterlo a verificación. Pero creer desde la perspectiva del cristiano supone, según define el “Catecismo de la Iglesia Católica”, tener fe en Dios, lo que supone una adhesión personal a Dios y a cuanto nos ha comunicado. La exposición, a través de las obras de arte y documentos que presenta, pretende hacer visible al visitante cómo a través de los siglos la Iglesia, pueblo de Dios, ha plasmado de forma plástica, mediante el lenguaje del arte, los hitos y fundamentos de su fe, que proceden de la propia palabra de Dios revelada.

Una característica de esta edición es la de  presentar junto a las habituales pintura, imágenes, ornamentos, documentos, etc., -que van, básicamente, desde el románico pasando por el gótico, el plateresco, el barroco, hasta el neoclásico-, piezas de Mariano Benlliure, Gargallo, Oteiza, Eduardo Chicharro, Marcelino Santa María, Juan Bordes, Venancio Blanco, Antonio López y Carmen Laffón, con un cuadro fechado en este mismo año de 2013, y los del resto de artistas mencionados, fechados en el siglo pasado y en el presente.

Para iniciar la visita, hay que encaminar los pasos hacia la Plaza de la Villa, (declarada Monumento nacional en 1931), magnífica y reciamente armoniosa plaza crecida y enriquecida, sin planificación alguna, por las necesidades e intuiciones del pueblo llano en su quehacer y convivir cotidiano. Ágora castellana de bellísima estampa, cuya contemplación, con sus irregulares soportales y construcciones de ladrillo, tapial, adobe y entramados de madera, da serenidad al espíritu y placidez a los sentidos. Al oeste está cerrada por la Casa de los Sexmos, -recepción de los visitantes-, y por la iglesia de Santa María la Mayor.

Al entrar en esta pequeña iglesia románica de ladrillo, con esbelta torre, pieza emblemática del mudéjar morañego, nos encontramos un conjunto de pinturas murales medievales en la bóveda absidal, que representa al tradicional “Cristo en majestad”, en forma de pantocrátor con el “Tetramorfo” y, bajo él, en la cornisa, una cenefa de rostros humanos, característicos de esta zona, -que han servido para que el artista Eduardo Palacios, basados en ellos, haya compuesto el cartel anunciador de “Credo”-, y pinturas que representan la vida de Cristo, todas ellas fechadas a finales del siglo XIV.

Entre obras renacentistas y barrocas, llama la atención una estatua en mármol de Mariano Benlliure, que representa la “Alegoría de la fe”, (1902), de estética clasicista y gran influencia de las corrientes simbolistas, cincelados los ropajes con plegados de alto efecto plástico y claroscurista.

Se pasa a continuación a la iglesia de San Martin, situada en el extremo oriental de la Plaza de la Villa, de origen románico y de construcción en ladrillo y mampostería, que ha sido sometida a sucesivas intervenciones, reformas y ampliaciones. Su planta es de cruz latina, con una sola nave de cuatro tramos, decoración barroca y coro alto a sus pies. Las dos torres defensivas, de cubierta plana, están dispuestas a los pies del templo en un estilo neomudejar.

En este espacio expositivo, la muestra pretende hacer comprender al visitante y al fiel, qué significa el “Creo en Dios”, con que se inicia el relato del compendio de la fe católica.

Y como a la vida de la fe se introduce el cristiano a través del Bautismo, en la muestra se expone una pila bautismal de alabastro, probablemente del gótico alemán del XIV-XV, sobre un pie renacentista. A esta pieza le acompañan diversas tallas en madera policromada de gran belleza y espiritualidad, un precioso tapiz de Jan Earts del XVII; una amplia muestra de documentos, estampas, catecismos, misales, cantorales y libros sacros de sumo interés para los estudiosos; y pinturas que van del XVI al XVIII.

Con cierta sorpresa, nos encontramos con la obra del canario Juan Bordes, “Adán-nada y Eva-ave”, (1986), que son dos grandes esculturas en bronce, bellas e inquietantes, que representan a los dos personajes bíblicos expresando la tristeza por la dicha perdida y la duda y temor ante el camino incierto, que han de recorrer con paso aun vacilante y espasmódico, dejando atrás el Edén que forzosamente han abandonado.

Sorprende aun más encontrar el broce de “EL Profeta”, (1933), de Pablo Gargallo, -representativo de la vanguardia cubista, y que mediante un juego de volúmenes y vacíos toma todo su vigor expresionista, (rico en matices e interpretaciones visuales, según la iluminación y el observador se posicionen)-, junto a un “San Juan Bautista”, (1743-47), de Luis Salvador Carmona, o a una “Transfiguración”, (1568-71), del renacentista Pedro Bolduque. Declaramos que, desde nuestro punto de vista, es un acierto su inclusión en el catálogo.

Más sorprende aún encontrar un grabado japonés “ukiyo-e” sobre papel, del XIX, donde figura “la diosa Amaterusa saliendo de la cueva”; o al “Buda Iluminado”, en porcelana china de la Dinastía Ming, siglo XV; o a “Krishna Niño”, en un marfil policromado de origen indú; o un “Corán”, ya expuesto en El Burgo de Osma, en1997; o una “Menorá”, la “Torá” en pergamino y su “Tiq” de madera, procedentes del Museo Sefardí de Toledo. Pero todo tiene su explicación, porque cada pieza nos muestra cómo la fe en la trascendencia y en Dios, es universal y se pierde en los tiempos y en la memoria de la Humanidad.

En el exterior se puede gozar de tres impresionantes esculturas en bronce, de Venancio Blanco, en su característico estilo ecléctico entre figurativo y abstracto, lleno siempre de expresividad y vocación a la espiritualidad.

Terminamos la visita, en la iglesia del Salvador, la más grande de las tres sedes, templo de tres naves con tres tramos cada una, iglesia inicialmente románica, de la que se conservan algunos pocos vestigios, debido a que en el siglo XVI se modificó grandemente la imagen del edificio, que experimentó una posterior reforma en el XVIII, en que se añadieron algunas capillas y se unificó la fisonomía del templo, con las habituales bóvedas tabicadas y decoraciones de yesería.

Aquí se muestran y se hacen visibles dos de los asertos matrices de la fe cristiana, que completan la parte troncal del Credo: “Creo en Jesucristo” y “Creo en el Espíritu Santo”, que se expresa en cuarenta y tres obras de arte de la noventa y dos, que completan la muestra.

En realidad todas las piezas expuestas son altamente valiosas y reseñables, pero, aquí y ahora, haremos un escueto repertorio de algunas de ellas, relevantes por su autoría o por el impacto que nos ha causado su contemplación.

Encontramos un óleo del Greco, representativo de la “Anunciación”; otro lienzo de Goya, que escenifica el “Bautismo de Cristo”; un “Apostolado”, (Siglo XVII) del conquense Cristóbal García Salmerón, de factura tenebrista, con impresionantes y emocionantes figuras de los doce apóstoles; de Juan de Juni, (segunda mitad del siglo XVI), un “Retablo de la capilla de los Ávila Monroy” y un “Cristo Resucitado”, en los que el escultor de origen francés dota de emoción y movimiento a sus imágenes; de Gregorio Fernández, (principios del siglo XVII), un “Cristo Yacente”, de extraordinaria belleza y verosimilitud, como lo son los que encontramos en las clarisas de Medina del Pomar, en los capuchinos de El Pardo o en San Plácido de Madrid, junto a dos tallas policromadas representativas de San Pedro y de San Pablo; una tabla al óleo y temple de autor hispano flamenco anónimo, del primer cuarto del siglo XIV; “San Vicente”, “Santa Sabina” y “Santa Cristeta”, en piedra y yeso policromado, del 1170-80, de maestro anónimo; “Los Santos de Ávila”, bajorrelieve expresionista en bronce, de Antonio Oteiza, terminado en 1990; de Pedro Berruguete, (circa 1490), en óleo sobre tabla la “Misa de San Gregorio”; con un estilo propio del impresionismo tardío, encontramos el lienzo titulado “La Resurrección de la Carne”, firmado en 1901, por el burgalés Marcelino Santa María y, finalmente reseñamos, en este escueto epítome selectivo, el óleo de Carmen Laffón, fechado en 2013, titulado “Cielo” y realizado en su característico estilo impresionista, matizado con un esfumado total, que da un aspecto delusorio a la imagen.

 Fuera del templo, la exposición termina mostrando la cabeza de “Carmen Dormida”, bronce de grades proporciones de Antonio López García, también fundida en 2013.

Para terminar, les proponemos planifiquen el viaje, de forma que les permita visitar Madrigal de las Altas Torres y allí, al menos, la iglesia de San Nicolás de Bari, siglo XIII, y su extraordinario artesonado mudéjar y la de Santa María del Castillo, de factura románico mudéjar

Pasen después por Fontiveros, cuna de San Juan de la Cruz, y visiten la Casa Natal del Santo, donde se conserva una imagen del mismo, esculpida por Gregorio Fernádez y la iglesia de San Cipriano que comparte los estilos mudéjar y gótico y grandes tesoros de arte.

Y ya cercano a Ávila, el pueblo de Gotarrendura, que discute a la capital abulense ser la cuna de Santa Teresa de Jesús y donde se conserva el “Palomar de la Santa”, en terrenos que fueros solariegos de las familias Cepeda y Ahumada.


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