La
decimoctava edición de “Las Edades del Hombre”, que celebra en este año su
vigésimo quinto aniversario, coincidente con el “Año de la Fe” convocado por el
Papa Benedicto XVI y mantenido por el Papa Francisco, presenta en la ciudad de Arévalo
una innovadora y, como siempre, magnífica, interesante, didáctica y profunda,
en su faceta teológica, exposición bajo el lema o título de CREDO, respondiendo
así a la llamada pontificia.
La
elección de la abulense Moraña, -cuyo étimo es “moraina” o tierra de moros-, tiene
su reflejo en algunos de los contenidos doctrinales y piezas de la muestra.
La
elección de su capital, Arévalo, se justifica desde las diversas dimensiones
que esta ciudad presenta y que van, desde la más sensualista, muy juntada al
arte del buen comer, a la más espiritual, imbricada en el rico patrimonio ascético
que representan sus seis iglesias, aún enhiestas, restos de las once que la
engalanaron, -aparte de ellas, la impresionante ermita de La Lugareja-, algunas
son ejemplares singularmente representativos de la arquitectura mudéjar, pasando
por la carga histórica que le da el haber sido hogar de la Reina Católica, en
sus años de infancia, junto a su hermano Alfonso y a su madre Isabel de
Portugal, viuda de Juan II de Castilla.
Así
la trilogía Moraña-Arévalo-Mudéjar nos invita a, y permite preparar nuestro
espíritu ahondando en las bellas formas creadas con ladrillo de tejar, que,
sustituyendo a la piedra, aparece, -siempre como elemento constructivo-, en emocionantes
verdugadas, rafas, fajones, esquinas, arcos y ábsides, para, posteriormente
entrar en el goce del arte que hemos de contemplar y vivir dentro de las
iglesias de Santa María, San Martín y El Salvador.
Siguiendo
a J.L. Gutiérrez Robledo y a R. Moreno Blanco, cabe señalar que el término
mudéjar procede del árabe y significa “aquel a quién se ha permitido quedarse,
sometido, tributario”, que se aplicó a los vencidos, españoles de fe musulmana,
a los que se les dejó vivir en el territorio reconquistado por los cristianos,
siendo la mayor parte muladíes, es decir, descendientes de cristianos hispanos,
convertidos al islam a través de los siglos de dominio mahometano.
Mudéjar,
de otra parte, es el título que se da a una particular y característica corriente
artístico-arquitectónica, que nace en la coyuntura de dos concepciones
culturales encontradas en convivencia, y que funde los elementos medievales
hispanos, de una parte los cristiano-occidentales, - románico y gótico-, y de
otra los musulmán-orientales, - omeyas, almorávides, almohades y nazaríes-,
dando como resultado un arte mestizo y unas técnicas constructivas, muy
valorados por los cristianos reconquistadores, hasta la expulsión de los
moriscos en los albores del siglo XVII, y altamente revalorizadas a partir del
siglo XIX, cuando viajeros y escritores foráneos hacen alabanzas admirativas de
tal patrimonio artístico de única y autóctona raíz española.
Mas
acerquémonos ya a la exposición de la XVIII edición de las Edades del Hombre,
que se ha montado bajo el nombre de CREDO. La muestra, por tanto, se refiere,
esa es su intención, al creer y a la fe.
Creer
es una actitud humana, algo ordinario en la vida de cada uno. Creer es conceder
nuestra confianza y asentimiento a los otros y aceptar lo que nos comunican,
sin someterlo a verificación. Pero creer desde la perspectiva del cristiano
supone, según define el “Catecismo de la Iglesia Católica”, tener fe en Dios, lo
que supone una adhesión personal a Dios y a cuanto nos ha comunicado. La
exposición, a través de las obras de arte y documentos que presenta, pretende hacer
visible al visitante cómo a través de los siglos la Iglesia, pueblo de Dios, ha
plasmado de forma plástica, mediante el lenguaje del arte, los hitos y
fundamentos de su fe, que proceden de la propia palabra de Dios revelada.
Una
característica de esta edición es la de
presentar junto a las habituales pintura, imágenes, ornamentos,
documentos, etc., -que van, básicamente, desde el románico pasando por el gótico,
el plateresco, el barroco, hasta el neoclásico-, piezas de Mariano Benlliure,
Gargallo, Oteiza, Eduardo Chicharro, Marcelino Santa María, Juan Bordes,
Venancio Blanco, Antonio López y Carmen Laffón, con un cuadro fechado en este
mismo año de 2013, y los del resto de artistas mencionados, fechados en el
siglo pasado y en el presente.
Para
iniciar la visita, hay que encaminar los pasos hacia la Plaza de la Villa,
(declarada Monumento nacional en 1931), magnífica y reciamente armoniosa plaza
crecida y enriquecida, sin planificación alguna, por las necesidades e
intuiciones del pueblo llano en su quehacer y convivir cotidiano. Ágora
castellana de bellísima estampa, cuya contemplación, con sus irregulares
soportales y construcciones de ladrillo, tapial, adobe y entramados de madera,
da serenidad al espíritu y placidez a los sentidos. Al oeste está cerrada por
la Casa de los Sexmos, -recepción de los visitantes-, y por la iglesia de Santa
María la Mayor.
Al
entrar en esta pequeña iglesia románica de ladrillo, con esbelta torre, pieza
emblemática del mudéjar morañego, nos encontramos un conjunto de pinturas
murales medievales en la bóveda absidal, que representa al tradicional “Cristo
en majestad”, en forma de pantocrátor con el “Tetramorfo” y, bajo él, en la
cornisa, una cenefa de rostros humanos, característicos de esta zona, -que han
servido para que el artista Eduardo Palacios, basados en ellos, haya compuesto
el cartel anunciador de “Credo”-, y pinturas que representan la vida de Cristo,
todas ellas fechadas a finales del siglo XIV.
Entre
obras renacentistas y barrocas, llama la atención una estatua en mármol de
Mariano Benlliure, que representa la “Alegoría de la fe”, (1902), de estética
clasicista y gran influencia de las corrientes simbolistas, cincelados los
ropajes con plegados de alto efecto plástico y claroscurista.
Se
pasa a continuación a la iglesia de San Martin, situada en el extremo oriental
de la Plaza de la Villa, de origen románico y de construcción en ladrillo y mampostería,
que ha sido sometida a sucesivas intervenciones, reformas y ampliaciones. Su
planta es de cruz latina, con una sola nave de cuatro tramos, decoración
barroca y coro alto a sus pies. Las dos torres defensivas, de cubierta plana, están
dispuestas a los pies del templo en un estilo neomudejar.
En
este espacio expositivo, la muestra pretende hacer comprender al visitante y al
fiel, qué significa el “Creo en Dios”, con que se inicia el relato del
compendio de la fe católica.
Y
como a la vida de la fe se introduce el cristiano a través del Bautismo, en la
muestra se expone una pila bautismal de alabastro, probablemente del gótico
alemán del XIV-XV, sobre un pie renacentista. A esta pieza le acompañan
diversas tallas en madera policromada de gran belleza y espiritualidad, un
precioso tapiz de Jan Earts del XVII; una amplia muestra de documentos,
estampas, catecismos, misales, cantorales y libros sacros de sumo interés para
los estudiosos; y pinturas que van del XVI al XVIII.
Con
cierta sorpresa, nos encontramos con la obra del canario Juan Bordes,
“Adán-nada y Eva-ave”, (1986), que son dos grandes esculturas en bronce, bellas
e inquietantes, que representan a los dos personajes bíblicos expresando la
tristeza por la dicha perdida y la duda y temor ante el camino incierto, que
han de recorrer con paso aun vacilante y espasmódico, dejando atrás el Edén que
forzosamente han abandonado.
Sorprende
aun más encontrar el broce de “EL Profeta”, (1933), de Pablo Gargallo, -representativo
de la vanguardia cubista, y que mediante un juego de volúmenes y vacíos toma
todo su vigor expresionista, (rico en matices e interpretaciones visuales,
según la iluminación y el observador se posicionen)-, junto a un “San Juan
Bautista”, (1743-47), de Luis Salvador Carmona, o a una “Transfiguración”,
(1568-71), del renacentista Pedro Bolduque. Declaramos que, desde nuestro punto
de vista, es un acierto su inclusión en el catálogo.
Más
sorprende aún encontrar un grabado japonés “ukiyo-e” sobre papel, del XIX,
donde figura “la diosa Amaterusa saliendo de la cueva”; o al “Buda Iluminado”,
en porcelana china de la Dinastía Ming, siglo XV; o a “Krishna Niño”, en un
marfil policromado de origen indú; o un “Corán”, ya expuesto en El Burgo de
Osma, en1997; o una “Menorá”, la “Torá” en pergamino y su “Tiq” de madera,
procedentes del Museo Sefardí de Toledo. Pero todo tiene su explicación, porque
cada pieza nos muestra cómo la fe en la trascendencia y en Dios, es universal y
se pierde en los tiempos y en la memoria de la Humanidad.
En
el exterior se puede gozar de tres impresionantes esculturas en bronce, de
Venancio Blanco, en su característico estilo ecléctico entre figurativo y
abstracto, lleno siempre de expresividad y vocación a la espiritualidad.
Terminamos
la visita, en la iglesia del Salvador, la más grande de las tres sedes, templo
de tres naves con tres tramos cada una, iglesia inicialmente románica, de la
que se conservan algunos pocos vestigios, debido a que en el siglo XVI se
modificó grandemente la imagen del edificio, que experimentó una posterior
reforma en el XVIII, en que se añadieron algunas capillas y se unificó la
fisonomía del templo, con las habituales bóvedas tabicadas y decoraciones de
yesería.
Aquí
se muestran y se hacen visibles dos de los asertos matrices de la fe cristiana,
que completan la parte troncal del Credo: “Creo en Jesucristo” y “Creo en el
Espíritu Santo”, que se expresa en cuarenta y tres obras de arte de la noventa
y dos, que completan la muestra.
En
realidad todas las piezas expuestas son altamente valiosas y reseñables, pero,
aquí y ahora, haremos un escueto repertorio de algunas de ellas, relevantes por
su autoría o por el impacto que nos ha causado su contemplación.
Encontramos
un óleo del Greco, representativo de la “Anunciación”; otro lienzo de Goya, que
escenifica el “Bautismo de Cristo”; un “Apostolado”, (Siglo XVII) del conquense
Cristóbal García Salmerón, de factura tenebrista, con impresionantes y
emocionantes figuras de los doce apóstoles; de Juan de Juni, (segunda mitad del
siglo XVI), un “Retablo de la capilla de los Ávila Monroy” y un “Cristo
Resucitado”, en los que el escultor de origen francés dota de emoción y
movimiento a sus imágenes; de Gregorio Fernández, (principios del siglo XVII),
un “Cristo Yacente”, de extraordinaria belleza y verosimilitud, como lo son los
que encontramos en las clarisas de Medina del Pomar, en los capuchinos de El
Pardo o en San Plácido de Madrid, junto a dos tallas policromadas
representativas de San Pedro y de San Pablo; una tabla al óleo y temple de
autor hispano flamenco anónimo, del primer cuarto del siglo XIV; “San Vicente”,
“Santa Sabina” y “Santa Cristeta”, en piedra y yeso policromado, del 1170-80,
de maestro anónimo; “Los Santos de Ávila”, bajorrelieve expresionista en bronce,
de Antonio Oteiza, terminado en 1990; de Pedro Berruguete, (circa 1490), en
óleo sobre tabla la “Misa de San Gregorio”; con un estilo propio del
impresionismo tardío, encontramos el lienzo titulado “La Resurrección de la
Carne”, firmado en 1901, por el burgalés Marcelino Santa María y, finalmente
reseñamos, en este escueto epítome selectivo, el óleo de Carmen Laffón, fechado
en 2013, titulado “Cielo” y realizado en su característico estilo impresionista,
matizado con un esfumado total, que da un aspecto delusorio a la imagen.
Fuera del templo, la exposición termina
mostrando la cabeza de “Carmen Dormida”, bronce de grades proporciones de
Antonio López García, también fundida en 2013.
Para
terminar, les proponemos planifiquen el viaje, de forma que les permita visitar
Madrigal de las Altas Torres y allí, al menos, la iglesia de San Nicolás de
Bari, siglo XIII, y su extraordinario artesonado mudéjar y la de Santa María
del Castillo, de factura románico mudéjar
Pasen
después por Fontiveros, cuna de San Juan de la Cruz, y visiten la Casa Natal
del Santo, donde se conserva una imagen del mismo, esculpida por Gregorio
Fernádez y la iglesia de San Cipriano que comparte los estilos mudéjar y gótico
y grandes tesoros de arte.
Y
ya cercano a Ávila, el pueblo de Gotarrendura, que discute a la capital
abulense ser la cuna de Santa Teresa de Jesús y donde se conserva el “Palomar
de la Santa”, en terrenos que fueros solariegos de las familias Cepeda y
Ahumada.
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