domingo, 2 de febrero de 2014

094.02* APARICIO. OBRA ESCULTÓRICA. ESCUELA DE ARTE LA PALMA. La Palma, 46. Madrid






Expone de nuevo Aparicio, (Francisco-Paco- Aparicio, Yepes, -Toledo-, 1936), escultor figurativo entroncado con la castiza raíz del naturalismo modernista, pero acendrado por las experiencia con que el artista postmoderno enriquece su acervo.

La veta de su escultura arranca del francés Rodin, que en España continúa con la rotundidad de un Benlliure, se sintetiza con los mediterráneos Hugué y Casanovas y pasando por el andaluz Mateo Inurria, llega hasta nuestro artista en el que encontramos, dentro de un perfeccionismo formal, un naturalismo idealizado, solemne pero sobrio, siempre sensitivo y sereno.


Aparicio es escultor  de muy personal creatividad y enorme talento natural, que sabe atrapar el espacio entre las formas que modela, al tiempo que, en sus manos, el bronce y el mármol se hacen materia sensible, como si un hálito de vida les hubiera sido insuflado.

Contemplar sus esculturas es sentir la emoción del drama. Es, sin duda, uno de los escultores punteros del arte español de estos tiempos, pues su escultura que está en permanente creciente, no pierde actualidad. Es escultura de hoy y de siempre

Aparicio, del que con Rabindranath Tagore si puede decir que, como artista, es un “esclavo y señor de la naturaleza, porque es su amante”, capta de forma genuina las emociones que la percepción tanto de la realidad observada, como de la imaginada le producen y que llegan directamente a sus manos con las que modela las formas, en las que la tridimensionalidad adquiere todo su valor plástico.

En la escultura de Aparicio solo hay verdad, sentimiento, emoción y mucho misterio: sus sillas y las manos que dialogan con ellas apoyadas o aleteando en sus respaldos, despiertan sensaciones de difícil definición, pues en ellas el volumen, el espacio, la línea y la luz, construyen unos universos  estéticos, paradigmas de contemporaneidad, en los que el enigma interpela al que las observa. 


Las omnipresentes manos, que obsesivamente Aparicio hace aparecer en sus esculturas, son signos de un lenguaje con que el artista nos explica cómo a través de la fisicidad de su naturalismo se llega al sentir del artista, a percibir sus emociones y a ser partícipe de su pensar y de sus silencios.

Sus figuras de mujeres: Aparicio es un enamorado del eterno femenino y de su poderosa naturaleza, a la que el varón se ve yugado y obligado a recorrer agónicos senderos hasta llegar al epinicio. Y esto se refleja en sus figuras esculpidas, tanto cuando es la de una mujer, la que ocupa sola todo el espacio escultórico, como cuando está junto a la figura del varón interpretando el himno triunfal del eros. Todo exhala belleza y poesía.

Hablar de Aparicio como escultor de medallas, sería abrir otro capítulo de larguísima extensión, baste decir, que sus méritos están largamente reconocidos, nacional e internacionalmente

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