Expone
de nuevo Aparicio, (Francisco-Paco- Aparicio, Yepes, -Toledo-, 1936), escultor figurativo
entroncado con la castiza raíz del naturalismo modernista, pero acendrado por
las experiencia con que el artista postmoderno enriquece su acervo.
La
veta de su escultura arranca del francés Rodin, que en España continúa con la
rotundidad de un Benlliure, se sintetiza con los mediterráneos Hugué y
Casanovas y pasando por el andaluz Mateo Inurria, llega hasta nuestro artista
en el que encontramos, dentro de un perfeccionismo formal, un naturalismo
idealizado, solemne pero sobrio, siempre sensitivo y sereno.
Aparicio
es escultor de muy personal creatividad
y enorme talento natural, que sabe atrapar el espacio entre las formas que
modela, al tiempo que, en sus manos, el bronce y el mármol se hacen materia sensible,
como si un hálito de vida les hubiera sido insuflado.
Contemplar
sus esculturas es sentir la emoción del drama. Es, sin duda, uno de los
escultores punteros del arte español de estos tiempos, pues su escultura que
está en permanente creciente, no pierde actualidad. Es escultura de hoy y de
siempre
Aparicio,
del que con Rabindranath Tagore si puede decir que, como artista, es un “esclavo
y señor de la naturaleza, porque es su amante”, capta de forma genuina las
emociones que la percepción tanto de la realidad observada, como de la
imaginada le producen y que llegan directamente a sus manos con las que modela
las formas, en las que la tridimensionalidad adquiere todo su valor plástico.
En
la escultura de Aparicio solo hay verdad, sentimiento, emoción y mucho misterio:
sus sillas y las manos que dialogan con ellas apoyadas o aleteando en sus
respaldos, despiertan sensaciones de difícil definición, pues en ellas el
volumen, el espacio, la línea y la luz, construyen unos universos estéticos, paradigmas de contemporaneidad, en
los que el enigma interpela al que las observa.
Las
omnipresentes manos, que obsesivamente Aparicio hace aparecer en sus esculturas,
son signos de un lenguaje con que el artista nos explica cómo a través de la
fisicidad de su naturalismo se llega al sentir del artista, a percibir sus
emociones y a ser partícipe de su pensar y de sus silencios.
Sus
figuras de mujeres: Aparicio es un enamorado del eterno femenino y de su
poderosa naturaleza, a la que el varón se ve yugado y obligado a recorrer
agónicos senderos hasta llegar al epinicio. Y esto se refleja en sus figuras
esculpidas, tanto cuando es la de una mujer, la que ocupa sola todo el espacio
escultórico, como cuando está junto a la figura del varón interpretando el
himno triunfal del eros. Todo exhala belleza y poesía.
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