Inscribimos
a Ricardo Galán Urréjola, (San Fernando,
Cádiz, 1957), en la escuela española del paisajismo urbano, en la que incluimos
a artistas nacidos al arte entre los
años setenta y ochenta del pasado siglo, (posiblemente advertidos por el brillo
que Antonio López ya emitía con sus representaciones mágicas del Madrid de la
Gran Vía), en las obras de los cuales encontramos una evidente paronomasia
formal.
Este
artista destaca y se singulariza de entre los pintores de este conjunto de
creadores, (José Miguel Palacio, Juan Fernández González, Alejandro Quincoces,
Salvador Montó, Carlos Morago González, el acuarelista Julio Gómez Mena), que
cultivan esta temática, la mayoría de ellos rendidos a la fascinación que
Manhatan produce, atraídos por ese Nueva York, que es vórtice del arte desde
que el expresionismo abstracto y el pop se impusieran.
Pues
no en vano fue en Nueva York, allá por las entreguerras mundiales, donde
aparecen por vez primera las alusiones plásticas directas a las modernas urbes,
que en aquel país crecían aceleradamente, impulsadas por un desarrollo
industrial imparable: con Stefan Hirsch, Charle Sheeler, Ralston Crawford o Edward Bruce, como exponentes señalados .
En Europa serán los futuristas, quienes con mayor vigor se afanen en recoger en
los lienzos la trepidación de la vida de la ciudad moderna, en pinturas
vibrantes y coloristas; aunque, hay que decirlo, ya en los 1870 los impresionistas
Caillebotte y Monet, habían plasmado en el lienzo el paisaje urbano del Paris
ochocentista.
Ricardo
Galán Urréjola recoge en sus lienzos el tremolar del aire, el palpitar de la
luz de cualquier hora, la excitación de los colores delimitando fachadas y
pasarelas y de los rojos pilotos y brillantes faros del tránsito rodado,
componiendo un tempo brioso y obstinado, que expresa una estética atrayente y generosa
en contrastes.
Sus
toques de luz, allí donde la composición lo necesita, en prefecta sincronía con
la verosimilitud de la escena, es una de las características más destacables de
la sintaxis pictórica de este artista, que compone sus cuadros con la luz.
Su
pintura es luminosa y colorista, pero con la aplicación de colores contenidos,
en gama de tonos que hacen que, sin embargo, de esta dialéctica agonal dimane de
sus cuadros una cierta laxitud melancólica, que es un elemento característico más
de su atractivo.
Estos
efectos se revelan evidentes en sus naturalezas vivas de bosque y plantas y,
quizás aun más en sus naturalezas muertas, (que él gusta llamar “still life”,
usando la terminología inglesa), todas ellas ejecutadas con una enorme fluidez,
con pinceladas sueltas y zonas indefinidas, que conviven y armonizan, con
figuras identificables en un torbellino neo-expresionista.
Siempre,
tenazmente, encontraremos el definitorio golpe de luz, que imanta a la mirada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario