Desde
los orígenes de la fotografía, sus practicantes vienen investigando las
posibilidades que existen para convertir la foto en obra de arte plástica, partiendo
desde el mismo momento en que la lente de
la cámara se fija en el objeto a fotografiar, siguiendo por el tratamiento del
cliché en el laboratorio y por su revelado, -sustituidos ahora por procesos digitales-, y el manipulado del negativo y terminando por el
positivado final, para dar a la
fotografía el mismo valor plástico y artístico que el pintor otorga a su obra.
Con
esta corriente pictorialista, se abrió el debate permanente entre sus adeptos y
los puristas, en los que priman los valores testimoniales y de denuncia social
de la fotografía, sobre los puramente estéticos y los de la perfección técnica
conseguida.
Paralelamente,
también desde sus orígenes, la fotografía ha sido elemento instrumental de los
pintores, que han venido valiéndose de ella para obtener bocetos, que toman
como base para su particular interpretación del objeto fotografiado según sus
estilos propios, hasta llegarse al descubrimiento de las posibilidades
estéticas y expresivas del hiperrealismo fotográfico.
Faltaba
dar otro paso y lo dieron, entre otros, Gerhard Richter, seguido por Luc
Tuymans, - que creó escuela-; sus seguidores llevan a los lienzos la mímesis de
la fotografía, intentando interpretar la imagen fotográfica en sí misma, no la
realidad captada por aquella, como fin al menos mesológico de la acción
creativa, si bien su finalidad teleológica esté imbricada en un compromiso
personal del artista con el mundo en que vive.
Este
es el posicionamiento, entendemos, de Chema López, (Albacete, 1969), pues en
cada uno de sus cuadros, al interpretar representativamente el significante de la fotografía que le sirve
de modelo, re-interpreta su significado, dotándolo de una nueva dimensión
simbólica.
Así
como el “pictorialista” quiere hacer pintura con la fotografía, Chema López quiere
hacer fotografía con la pintura, lo que constituye la otra cara de la misma
moneda o el cierre del círculo, en que pintores y fotógrafos se desenvuelven
intelectualmente, investigando las posibilidades expresivas de ambas
actividades artísticas y sus mutuas concomitancias.
Como
cada artista actual, Chema López persigue con su obra realizar una
diégesis plástica de sus inquietudes emocionales y racionales, conscientes o en
el umbral de la inconsciencia, desarrollando un discurso coherente, como el que
impregna a las obras de esta colección, que presenta bajo el título de
“Ejecución en efigie”.
La ausencia de color en estos cuadros, -pues
solo existen el blanco y el negro-, realizados con impecable y elaborada técnica, supone una cierta sorpresa para el observador y un acicate para acercarse a
ellos con una importante dosis de curiosidad, que estimula el deseo de hacer el
intento de interpretarlos y desentrañar su semasiología, aplicándole la
hermenéutica de la que el espectador debe dotarse para ello.
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