La
paradoja que supone que mientras la globalización, (la aldea global de Marshall
McLugan) está llevando el desarrollo personal y el bienestar a la parte de la
Tierra más desfavorecida por siglos, en la sociedad exportadora de ambos,
desarrollo y bienestar, globalizándolos, se viene teniendo el creciente
sentimiento de que las personas pierden su libertad y su identidad. Percepción
que ha alcanzado la categoría de estereotipo.
Marc Quintana, (Tarragona, 1975), sensible a
los pulsos que laten en su entorno y a su realidad vital y vivencial, expresa así
estos sentimientos: “Mi obra, (dice), es una representación subjetiva de la sociedad actual
y de cómo nuestra propia evolución nos está llevando a la pérdida de valores,
identidad y la deshumanización del individuo. La tecnología, las redes
sociales, la iconografía urbana y la globalización en general poco a
poco nos privan de nuestra supuesta libertad intelectual, convirtiéndonos en
elementos seriados de grupos mayoritarios y en individuos sin voz”.
Sus cuadros, -que son consecuencia y son concebidos bajo la gravitación
de estas reflexiones-, son desgarradas expresiones del entorno social que
experimenta la persona y que el artista plasma en dramáticos contrastes del blanco y del
negro, como si de los claroscuros de un
film expresionista de Mornau o de los clichés nocturnos de Brassai emanasen.
Sus cuadros llevan una banda negra elongada, sea en la parte izquierda, sea en la
derecha, quizá como manifestación de duelo por la muerte de la libertad del
hombre por él sentida.
Sus composiciones presentan un ostinato formal característico: en ellas
reina la máxima entropía de líneas, luces
y sombras, envolviendo a la recurrente iconografía de una figura humana, con el
rostro oscurecido, emborronado o desfigurado, como significante de la pérdida
de identidad del hombre en la sociedad alienante, construyendo un discurso que
se desvela a lo largo de la serie, como algo misterioso y aterrador.
El lenguaje formal de este artista es sin duda personal y reconocible: a partir de la figura humana impresa en el lienzo, (en algunos
casos, de una mariposa), sobre y alrededor le la cual teje un torbellino de
luces y sombras, mediante las pretendidamente descuidadas pinceladas de pintura
acrílica, que matizará con carboncillo y pastel, resultando un totum revolutum
que no está exento de una cierta armonía caótica, (o de un cierto caos
armónico). Armonía buscada y, en ocasiones, encontrada más allá de su voluntad,
pero más acá de su intuición. Aquí está su genuina creación artística.
En
la pintura de Quintana subyace el germen de un misterio latente y también la
expresión de una poética de la desesperanza, -o ¿quizá de la desesperación?-, dentro
de un paradigma surrealista, con trazos de un expresionismo abstracto, que
completan la percepción de ensoñaciones de pesadilla.
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