Podrían ser enormes láminas del
test de Rorschach o el remedo del dibujo de De Koonig borrado por Robert
Rauschenberg, pero en positivo. Podían ser claves cabalísticas, quizás
relacionados con el taoísmo o signos apotropaicos de origen esotérico.
Pero no es así, los cuadros,
sobre grandes láminas de papel blanco y dibujados en tinta de distintos colores
con predominio del negro, surgen como una explosión violenta, como un maremoto
incontenible, que deja sobre el terreno el arramble de tierra, guijarros y otros
desechos.
No son metáforas, son la
consecuencia, según se proclama, de aquello que sucedió, porque tenía que
suceder. Algo por tanto fatídico, que emana del pathos del artista, en una fase
de reorganización de unas coordenadas heurísticas en estado de máxima entropía,
que requieren ser arrumbadas para que de esta Ave Fénix, surja el futuro, hijo
de la esperanza.
Son por tanto, o simplemente
quizás, elementos de una dialéctica, que está a la búsqueda de una síntesis,
que de momento podemos vislumbrar observando los elementos estructurales y
formales con atención; mirando y escudriñando los rincones, las esquinas, los
colores y las manchas. Las luces y las sombras. Lo oscuro y lo menos oscuro. Descubriendo,
quizás, un mundo en recomposición.
En estos dibujos no hay angustia,
simplemente el reconocimiento de un hecho inevitable. Hay misterio y cierta
épica.
Jesús Zurita, (Ceuta, 1974), es
licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Granada y su obra forma parte
de importantes colecciones. Es un sensacional dibujante, que dibuja y pinta a
pincel, sobre papel y con tintas. Su desbordante imaginación creativa se plasma
en alucinantes imágenes surrealistas.
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