En
los óleos y témperas que Carlos Merodio, (Madrid, 1945), presenta en esta
exposición, -resultante fructífera de una larga carrera centrada en el arte de
la pintura-, se encuentra una cierta paronomasia con autores, como el ”avant
garde” del pop art, Alex Kant, en cuanto a la planitud de sus composiciones, o
como con el Úrculo más reconocido, en cuanto a paleta y contenidos, o, en fin ,
con las obras del Equipo Crónica más cercanas al comic.
Sirvan
estas alusiones para situar la línea estilística de este artista dentro de un
marco referencial orientador, dentro de la pintura.
Las
obras de Merodio vienen estructuradas en
una figuración enraizada en el paradigma cubista: Dibujo decididamente
geométrico, como corresponde a un artista que ha transitado por el
constructivismo y por tanto fundamenta su sintaxis compositiva en el entramado
de líneas que delimitan las figuras representadas. Sin embargo debe notarse que
ninguna figura, en general, está delimitada por una línea negra de trazo, sino
que son los planos de los diversos y diferentes colores los que delimitan el
dibujo en sus líneas de contacto, lo que
no empece para que en ocasiones aparezca la línea negra, para enfatizar
determinados aspectos que el artista quiere destacar del conjunto, si bien
manteniendo la armonía global.
Composiciones
que huyen de cualquier apariencia de profundidad espacial, por tanto marcadamente
a-perspectivas, que son el resultado de una búsqueda voluntaria,- con la dificultad
que ello entraña-, de ajustarlas visualmente a las dos dimensiones que definen
al plano, pero que consiguen, sin embargo, que el observador pueda intuir la
existencia de una profundidad llena por un espacio vacío, valga el oxímoron.
El
lenguaje cromático, desarrollado en estas obras, definido por colores puros,
lisos, sin matizaciones ni veladuras, siguen el paradigma fovista, asignando a
cada objeto, no su color natural, sino aquel que el artista considera que expresa
con mayor rigor, en una percepción holística de la composición, el intuido por su
imaginario, dentro del cual diseña el ideal de la obra, como un total armonioso
y contrastado.
Son
cuadros luminosos, en los que no existen las sombras. Composiciones coloristas,
que inducen al optimismo, pero no menos que a la meditación. Son cuadros que
expresan realidades idealizadas, que llenan al espectador de luz, de color y de
mil sugerencias, sea cual sea la imagen transportada al lienzo
Son
composiciones esenciales, en lo que lo superfluo ha sido reducido a la mínima
expresión, acercándose al canon que Josef Arbers estipuló, pero sin salirse de
la figuración.
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