La
dicotomía que encierra la expresión de “cultura tiki”, que tanto puede hacer referencia a la cultura que se da
en la Polinesia, como referirse al costumbrismo que se desarrolló, tanto en
Norteamérica como en Europa, -a partir de la década de los años 30 del pasado
siglo-, alrededor de los bares de ambiente polinésico, tanto por su decoración
y música, como por los cócteles o tikis
que se servían basados en el ron, puede ser tomada como metáfora de la pintura
de Angel Mateo Charris, (Cartagena, 1962), pues sus cuadros tienen también una
doble lectura.
Y
es que, en efecto, la realidad que
establece Charris en sus cuadros junta y mezcla lo real y lo imaginario, la
franqueza con la ironía, haciendo cierta y acertada la afirmación Brechtoniana
de que, en el arte, no basta con establecer las cosas tal y como son, sino como
son en realidad, consiguiendo con ello dar forma a un universo, en donde la
narrativa discurre por dos vías, normalmente divergentes, según las lecturas
que del cuadro haga el espectador, ya que el edén visualizado, encierra en el
fondo un purgatorio de contradicciones.
Dentro
de una figuración de ejecutoria neta, colores brillantes, no matizados con veladuras,
y una factura sobria y directa, su
pintura está sometida a buscadas influencias de pintores como Chirico y
Magritte, (curiosamente, ambos señalados como figuras del surrealismo) y sobre
todo del americano Hopper, cuya casa en Cape Cod visitó en compañía de Gonzalo
Sicre, compañero en la aventura de consolidar y extender a la figuración
neo-metafísica, de las que son ambos de los más firmes representantes.
En
este orden de cosas, la crítica de arte norteamericana Gail Levin, estudiosa de
la figura y obra de Hopper, dice, refiriéndose a la obra de Charris, que la
paradoja de la pipa, pintada por Magritte, (vid. Catálogo de la exposición Los
Cosmolocalistas. 2016.pgs.11 a 13)
“podría servirnos de pretexto para investigar la “veracidad” de las imágenes en
los cuadros de Charris, que encarnan, sin duda, una versión propia de la
“verdad”, que en ningún caso es realismo, sino metáfora poética”. Párrafo que
define con precisión y claridad la
metafísica subyacente en la pintura de este artista levantino.
Terminaremos
con las palabras con que la mencionada Gail Levin concluye, afirmando que “las
pinturas de Charris siguen reflejando el mundo en el que vive, un mundo que
filtra a través del universo único de su imaginación. En una era en la que los
acontecimientos son cada vez menos predecibles y en la que parece que
estuviéramos columpiándonos al borde del desastre, no está claro qué narrativa
resulta más difícil de creer: si las fantasías de Charris o el telediario del
día siguiente. En ambos casos, el sentido se niega a concretarse y las
eventualidades se funden con frecuencia en una espesa niebla de incertidumbre.
Sólo las formas nítidas de Charris mantienen su claridad. Es la suya una
vigorosa crónica del desconcierto de nuestros días y de lo inútil del intento
de asimilar todo cuanto ocurre y hasta de explicarnos gran parte de ello”.
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