lunes, 23 de enero de 2017

160. 01* JUAN SALVAGO. NO LUGARES IMAGINARIO. NO LUGARES IMAGINARIOS. GALERÍA DE ARTE ORFILA, Orfila, 3. Madrid







Juan Salvago, que se licenció en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, en 1987, crea imágenes que se originan y tienen existencia en su sola imaginación surrealista. En ella está residenciado un enorme potencial heurístico, nutrido por un imaginario exuberante de mundos, lugares y paisajes, que solamente él posee y que solo él puede hacer fluir al exterior y mostrarlos en sus cuadros, para  el deleite, la sorpresa y la fascinación de quienes los contemplan.


Sus cuadros representan utopías, como mínimas babeles, que el artista reconoce como “no lugares imaginarios” a pesar de nacer en el fecundo e ilimitable universo de su imaginación. Mas cabe preguntarse, si no son lugares imaginados, peo tampoco son reales ¿Qué son entonces? Interrogante que nos introduce en el mundo misterioso y mágico de sus cuadros con sus distintas narrativas

Y es que la estética de sus obras induce a aceptar calladamente la semántica mistérica desarrollada en sus cuadros y que provoca, en el espectador, un estado de inquietud similar al que es causado por la presencia de lo desconocido.

Ciudadelas alrededor de las cuales se  hacinan caseríos que trepan colgados al abismo, que son como fortalezas  construidas sobre islas mínimas, cuyos bordes son los cimientos de las construcciones y a la vez muelles de imposibles puertos a los que arriban, además de las olas -de muy variada factura técnica-, barcas que quedan allí amarradas y hasta hidroaviones, que han amarado a su resguardo, todo en un fantástico y dadaísta “totum revolutum”.

Líricas luces que no proyectan sombras; colores grises en amplia gama y de múltiples texturas, que dan a los cuadros una gran y variada valoración cromática plena de melarquía; sabias veladuras que inducen nieblas lenes o espesas según exige la armonía de la composición, de forma tal que todos estos elementos completan unos mundos y paisajes delusorios y melancólicos, que se hacen, a la vez, acogedores, pues se vislumbra en el interior de las casas donde se resguardan los invisibles pobladores, un calor de hogar, que si no existe, la fantástica irrealidad de lo que no es, hace considerar imprescindible que así sea.



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