Nacida
en Salamanca, (1934), ésta reconocida artista tuvo clara, desde edad muy
temprana, cuál era su vocación: Ser pintora y más concretamente, ser una mujer
pintora y pintar como mujer.
Y
esto es importante, porque esta voluntad resiliente, queda indudablemente
reflejada en su obra, en donde la figura de la mujer toma un valor preeminente
y permanente y su estilo unas características muy personales y buscádamente
femeninas.
Como
dice Alberto Anaut en el catálogo de la exposición “Isabel supo que quería
pintar de otra manera. Pintar como mujer. Igual esto, cuando han pasado 60
años, suena extraño, pero entonces era toda una rebeldía”.
A
esto solo una matización, ya que en la actualidad, cuando los arquitectos de
los pensamientos feminista y homófilo, en una pretensión radicalmente igualitaria,
predican el sexo único a través de una doble hibridación psicológica y
sociológica de los dos sexos en uno indefinido, resulta mucho más complicado y
arriesgado defender lo femenino y la feminidad, como valores autónomos e
independientes de lo masculino, ya que estas corrientes de pensamiento han conseguido
que palabras identificadoras de lo femenino, como es poetisa, caigan en desuso
al ser sustituidas por la palabra tradicionalmente asignada al varón, como es
en este caso la de poeta.
Se
dedicó Isabel a la pintura con pasión y perseverancia a partir del año 1970,
tras un periodo de reflexión y maduración de las ideas y en cierto modo obligada
por distintos avatares familiares, -que incluyen la maternidad-, algunos años
después de su graduación en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando
madrileña.
Una
parte de la crítica considera su pintura, incluida dentro del estilo naif. Pero
otra parte, habida cuenta no sólo de su solercia en la técnica, pero además y
por encima de todo por su intencionalidad heurística de crítica social, que
presentan sus obras, excluyen a su
pintura del territorio propiamente naif.
Por
encima de este debate, cuya síntesis-conclusión es posible que sea la
aplicación de la “virtus est in medio”, lo cierto es que el estilo de esta
artista está definido por unos rasgos personales de corte ingenuista, que se
insertan en gran parte, dentro de aquellas características con que se define al
arte naif.
Sin
embargo, la artista le confesaba a Juan Antonio Vallejo-Nájera en el catálogo
de una exposición de 1974 , “Nunca he pretendido ser naif, en realidad fue para
mí una sorpresa verme catalogada así, (recoge Alberto Anaut en el catálogo de
esta exposición), lo que sin duda pone de manifiesto que la finalidad
teleológica que persigue en sus producciones, es otra más compleja que la más
simplista achacable al pintor puramente naif, que persigue objetivos más
esteticistas.
Las
obras de Isabel Villar presentan una gran complejidad formal: Detallista, con
repetición reiterativa y prolija de formas y elementos decorativos, que son a
sus pinturas como los adjetivos lo son a las oraciones gramaticales: sin ellos
la frase completa, -el cuadro-, pierde poder comunicativo y onomasiológico.
Por
ello sus cuadros requieren de una mirada cercana, escrutadora, que permita
captar los detalles que dan valor significante al total de la obra, sin que sea
necesaria hermenéutica alguna para su total comprensión. Basta con dejarse
llevar por las emociones y por aquellos recuerdos atávicos, sencillos,
delicados, inocentes e íntimos.
En
sus cuadros la mujer es motivo central permanente. Mujeres vestidas y desnudas,
éstas liberadas de pasiones, vírgenes e inmaculadas, aún las embarazadas,
estando o yaciendo en edenes y praderas de engañosa sencillez, pero de complejo
entramado y de un contundente colorido, en el que abundan los verdes,
acompañados por pequeños y repetitivos detalle de amarillos dorados, que, como
escribiera Vicente Aguilera Cerni, “a fuerza de hallarse abarrotados, repletos
de una lujuriante proliferación sólo parece tener presente, sin pasado ni
futuro”.
Este
permanente presente, que define la eternidad, se consolida en la globalidad de
la obra de Isabel Villar: inmutable y permanente en el tiempo en la
materialidad formal de sus contenidos, pero ganando consistencia en pincelada y
definición hiperrealista y, sobre todo en
intencionalidad crítica e irónica y una cierta paronomasia con lo camp.
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