“Esta
exposición ofrece al visitante un recorrido por la efervescente vida parisina
de finales del siglo XIX, a través de la mirada del pintor post-impresionista y
de los 33 carteles que realizó”. ..
“Las
piezas proceden del Museo de Ixelles (Bélgica) y se trata de una de las dos
únicas colecciones completas de carteles del pintor existentes en el mundo,
junto con la de la Biblioteca Nacional de París.
Así
reza el anunció, que alerta sobre la muestra, que supone una oportunidad única
de gozar de esta singular colección en su conjunto y de algunas de las piezas
que dieron, al pintor de Albi, fama mundial.
Toulouse
Lautrec, fue un innovador que desarrolló con arrebato el concepto de espacio
nuevo, (que Degas definió en su obra), y lo hizo, ayudado por las “curvas de
latigazo” que caracterizan al Modernismo, imprimiendo a las composiciones un
aspecto decorativo e inédito.
Porque,
Lautrec es un pintor modernista, quizás el más grande pintor del Modernismo.
Pero lo hace a su manera. Por su fuerza expresiva sobresale y supera cualquier
taxonomía metodológica, aunque no es ajeno al espíritu rupturista de su momento
histórico, ni a una sociedad que persigue y busca, en su estilo, el marchamo de
esta ruptura. Así Modernismo es, en el mundo, Art Noveau en Francia, Modern
Style en Gran Bretaña, Sezession en Alemania,…
La
cortedad de la vida y, por consiguiente de la carrera, de este impar artista, resplandece
con todo fulgor en París, durante el tiempo que discurre entre las dos grandes
exposiciones universales, (que enaltecen orgullosas el progreso científico y
técnico de las naciones adelantadas), periodo, que entró en la historia y perdura
en ella, con el sobre-nombre de Belle Époque.
En
esta ruptura de estilo de vida, los pintores prefieren ya París, (desde
entonces la Ville Lumière, con su desafiante Torre Eiffel) a Roma y en 1891,
fecha de la retrospectiva de Van Gogh, Lautrec realiza su primer cartel
(“afiche”) para el Moulin Rouge, al que seguirán otros, como manifestación
espléndida del espíritu de la Belle Époque.
Como
aprendiz distinguido en los talleres de Bonnat y de Cormon, pinta, en el París
de 1881, sus primeros cuadros. Conoce a los cloisonistas Emile Bernard y Louis
Anquetin. Posteriormente, en 1885, conoce a los hermanos Van Gogh, y con
Vincent, junto a Bernard y Anquetín, pintan y exponen bajo el título de los
“impresionistas del pequeño boulevard”. Con veinte años, Lautrec, tiene estudio
propio en casa de Degas, que tanto influyó en su estilo.
Inicia
entonces una vida de bohemia, en la que entran las noches pasadas en cabarets y
burdeles, dibujando y pintando a los personajes que los llenan y es en el
decenio, que discurre entre las dos Ferias Universales, (cuando París se hace
el centro del mundo de las pequeñas y grandes artes), cuando Toulouse Lautrec
vive su gran momento.
Es
su época dorada. La particular “belle époque”, del pintor, que sabe representar
lo más ligero con la potencia esplendorosa de lo grande: Lo mismo inmortaliza a
la “gran Mireille”, ramera de una mancebía de lujo de la rue d’Ambroise, que
decora el barracón de “La Goulue” en la Feria del Trono, o realiza exquisitas
litografías para Marcelle Lender, estrella de la opereta, o para la nueva
“Revue Blanche” de los hemanos Hathanson.
Es
el momento de los grandes carteles, los mejores en un momento en el que abundan
los artistas con gran genio y talento, como
son Alphonse Mucha, Jules Cheret o Theophile-Alexandre Steinlen, Forain, Cappiello, o Leandre, e
incluso el nabi Pierre Bonnard, todos ellos, (con carteles presentes en esta
exposición), son representativos del
modernismo en el dibujo y la pintura, pero ninguno de ellos aporta un grado tan
elevado de de originalidad y audacia creativa como Toulouse Lautrec, debido,
muy posiblemente, a su carácter vitalista, a lo veraz y espontáneo de sus obras
y al tono irónico y penetrante que da a su sus carteles y a su gráfica en
general.
Dibujante
más que pintor a lo Degas y a lo Van Gogh, lo que domina en su pintura es el
dibujo de enorme fuerza y garra, que sirve de soporte al modo “cloisonné”, a
los tonos violentos y planos del color. De ello proviene su gran triunfo en la
litografía a varias tintas planas, con lo que consigue magistrales efectos con
el mínimo de medios, como lo haría un artista japonés, que él ha estudiado en el
establecimiento que tenía en Montmartre el marchante de estampas japonesas
“père” Tanguy.
En
veinte años de breve carrera, pues murió en 1901 con solo 36 años, el artista produjo
más de mil pinturas y acuarelas, cinco mil dibujos, 370 litografías, incluyendo
los 33 carteles presentes en esta exposición.
Hoy
el cartel publicitario ha decaído sobremanera, hasta casi su desaparición, pues
como medio de información ha sido sustituido por las nuevos “ mass media”
digitales, telemáticos y telecomunicativos, en donde la TV toma lugar
preeminente, Pero en el galicinio de los siglos XIX y XX, en el momento de los
albores de la gran revolución de la técnica y de la ciencia, los carteles
estaban de moda, convertidos en un soporte de imágenes, que aportaban nuevas
cualidades estéticas al espacio urbano, poniendo en el mismo notas de arte y
modernidad.
La
asociación de los valores semánticos, con su mensajes escritos puramente informativos,
y los valores artísticos, puramente estéticos, dio buen resultado y continúa
teniendo vigencia en los distintos ámbitos en los que se practica el
cartelismo, sean tanto en el campo de la cultura, como de la información, el
comercio, la política, etc.
Pero
lo que no ofrece duda es que los artistas de la Belle Époque descubrieron en el
cartel un soporte de privilegio para difundir imágenes, concebido como
elementos de arte, con enorme poder comunicativo y estético, al amparo de las
nuevas técnicas litográficas, que permitían importantes tiradas y unas
ediciones que la obra única no posibilitaba.
Los
mundos del espectáculo, del comercio y de la política descubrieron una manera
cautivadora, a la vez que digna y atractiva de infiltrase en la sociedad mediante
un medio visual. Se logra así arrumbar con lo que, desde Sócrates hasta Hegel,
se había defendido como términos o conceptos antagónicos.
El
cartel, que nace con la modernidad, tiene su origen, generalmente atribuido, en
Jules Chéret, (1836-1932), quien puso todo su arte a lo largo de su casi
centenaria vida al servicio del cartelismo, mediante los avances de la
litografía en color, procedente de Inglaterra.
Toulouse-Lautrec
llegó a París con 19 años y descubrió una urbe en ebullición y cambio en cuanto
a la manera de entender la vida moderna y los placeres que esta ofrecía,
celebrados en el arte, en el teatro, las variedades, la literatura o el
urbanismo.
Fue
un periodo dorado, de prosperidad económica y optimismo. Florecen los cabarets
y se reinventa la escena cultural y artística. Lautrec se zambulle en este
nuevo mundo y forja amistades en los ambientes subterráneos de los cafés concierto,
cabarets, teatros alternativos y burdeles, reflejando el espíritu y la vida que caracterizaron a la Belle Époque en sus
carteles, elevándolos a la categoría de obras de arte, dotando al cartel de una
personalidad artística e informativa de gran altura y eficacia, consiguiendo la
total simbiosis entre los fines comerciales y los propósitos plásticos y estéticos
del artista.
El
primer encargo lo recibió en 1891 de parte de Charles Zidler, que buscaba publicitar su nuevo
local, el Moulin Rouge.
Lautrec
retrató a la Goulue junto a
su compañero masculino de escena, Jacques Renaudin, alias le Désossé.
Este cartel causó inmediatamente una gran sensación entre el público, elevando
la popularidad del autor a las más altas cotas del éxito. Este hecho cambió su
vida, pues si como pintor e ilustrador se mantuvo dentro de unos límites de popularidad
más bien modestos, después de la edición de este cartel, se convirtió en el
cartelista más solicitado.
Este
cartel no es el resultado de una improvisación, sino que es el de años de
contacto con el mundo del cabaret, del estudio de sus personajes, gestos y
movimientos, que el artista fue anotando y pintando.
La
modernidad de la concepción de las imágenes, la manera de construir los planos,
la silueta de Désossé, en primer término y la estructura formal de su
composición, son el anuncio del lenguaje visual del cine y de la pintura, que
fovistas, expresionistas y cubistas emplearán posteriormente.
Dedicó
otros a la diva del cabaret “Jane Avril” o a ella en el cabaret “Jardin de
Paris”
Pero
Lautrec también se dejó conquistar por las artes escénicas cultas. Así “Les
ambassadeurs” es un cartel que Lautrec dedicó a su amigo el actor Aristide
Bruant, consiguiendo que la lectura de estos
carteles teatrales fuese una de las distracciones favoritas de los transeúntes
de los bulevares parisinos, durante esta Belle Époque.
La
vida literaria y artística de este periodo alcanza una popularidad inédita y se
difunde por toda la sociedad y Lautrec no es ajeno a este hecho y realiza el
cartel “Le pendu”, que anuncia una novela por fascículos, o “Le divan japonais,
en que rinde homenaje a Yvette Guilbert, cantante y declamadora, o el cartel
que anuncia una novela de su buen amigo el autor polaco Victor Dobsky titulada
“Reine de joie”.
Otro
cartel muy representativo de su estilo, en el que combina perfectamente el
mensaje publicitario con los rasgos de su arte, es el de “Confetti”, que
anuncia la manufactura de este artículo, en el que reproduce la figura de una
de sus amigas, como fue Jeanne Granier.
Junto
a este y otros de Lautrec, como “La chaîne Simpson”, la muestra dedica una
sección a los carteles de la nueva sociedad de consumo,
en la que se incluyen la mayor parte de los 36 carteles pertenecientes a los
autores coetáneos que le acompañan en esta ocasión, incluido uno de Pierre Bonard
anunciando el “France-Champagne”. En la mayoría de ellos la figura de la mujer prevalece
sobre otros motivos.
BENITO
DE DIEGO GONZÁLEZ
Miembro
de la Asociaciones Internacional,
Española
y Madrileña de Críticos de Arte
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