A Norberto
González, (Madrid, 1975) le fascina lo antiguo, lo cargado de días y manchado
por los años y por la acción vivencial del hombre, presente en sus cuadros a
través de sus señales.
Le
seducen las paredes estigmatizadas por carteles y por el primitivo afán del hombre
por dejar las huellas de su presencia. Siendo esto así, a nadie puede extrañar
que los motivos de sus cuadros sean viejas casas o caserones viejos, de viejos
barrios, de viejas poblaciones, que proclaman vísperas de ruina.
Pero,
como artista, elige de aquellos los planos y los detalles que más le emocionan,
que más le sugieren y que más le permiten
llevar al lienzo el ideal que insistentemente germina en su pensamiento,
y lo hace consiguiendo cuadros de un gran efecto estético, dentro de una
poética claramente definida.
La
obra pictórica de Norberto es sólida y homogénea, y supera holgadamente
cualquier expectativa que de ella se pueda tener: Cuadro a cuadro, el espectador
se ve atrapado por el ambiente decadente y desolado de la escena, en la que
siempre hay un hálito de vida humana, percibida por el rastro que las personas
dejaron a su paso.
En
“teatro de autos” el artista refleja una contemporaneidad ajada, vecina, pero
ya pasada, vencida por los torbellinos de lo más actual, por los atisbos del
futuro, que amenazan en convertir todo lo pasado y hasta hoy mismo en “lo
clásico”, como sinónimo de lo inútil.
Ante
esta realidad el artista recoge retazos de esos restos del naufragio cultural,
dejando trazas de lo abandonado que llevan en su piel olores de melarquía, que
rompen y destrozan el aforismo de “que
cualquier tiempo pasado fue mejor”.
De
otra parte está su fascinación por los coches antiguos, los “clásicos”, que trasladan, a unos, a sus mejores tiempos del
descubrimiento de la felicidad en forma de consumismo, hoy convertidos en
recuerdos hechos quimera; y, a otros, les aviva la ternura, que siempre provoca imaginar a sus mayores gozando de la
vida, manejando esos monumentos al despilfarro y la ineficiencia, convertidos en
símbolos de aquel incipiente desarrollo del “primer mundo”.
La
luz juega un importante papel en las composiciones de sus cuadros, pero es una
luz sin brillo, que no hiere a la retina; luz, permítase el oxímoron, gris,
tristona, que acola con la tristeza de los escenarios que recogen la presencia
de los coches herrumbrosos y arrumbados, maltratados por el tiempo y por el
hombre.
Curiosamente,
sin embargo, en sus cuadros luce la paleta en colores de toda la gama, ocupando
espacios muy concretos. Sus cuadros tienen color, pero no son coloristas, pues
el blanco y las sombras grises, predomina en el espacio pictórico.
Terminemos,
señalando que, su pintura se enraíza en la
línea que, en España, comenzó en los años cincuenta con el “realismo madrileño”,
que practicaron con singular éxito una Amalia Avía y un José Lapayese del Río y
posteriormente una Coro López Izquierdo, a los que emula con personalidad propia
Norberto González, a quién, como a ellos, lo que le preocupa, más que el
realismo de sus mímesis, es la intención de reflejar en las imágenes, las
huella de lo humano.
.
BENITO
DE DIEGO GONZÁLEZ
Miembro
de la Asociaciones Internacional,
Española
y Madrileña de Críticos de Arte
16/02/2019
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