viernes, 28 de octubre de 2011

019.10* JUAN SEBASTIÁN BARBERÁ DURÓN. FRACTURACIONES. GALERIA AMADOR DE LOS RIOS. Fernando el Santo, 24.Madrid


Nació este artista en Méjico, en 1964, y creció en el seno de una familia donde el arte y la cultura formaban parte de su cotidianidad, quedando señalado por ellas, teniendo desde pequeño la posibilidad de demostrar un enorme talento para las artes pláticas.

De otra parte, las vivencias del abigarrado folklore mejicano, con sus permanentes apelaciones a la vida y a la muerte, en un totum revolutum entre lo festivo y lo fúnebre, así como sus colores vivos y puros en fuertes contraste cromáticos, dejaron también su huella en la íntima idiosincrasia de Juan Sebastián. Su viaje a la India, sin duda dejaría también su impronta dentro de los rasgos de su personalidad de artista.

En los noventa, viaja a Europa y estudia, entre otros, a artista como el español Picasso y el austriaco Schiele, cuyas influencias son perceptibles en su pintura: Del primero, el estilo post-cubista que desarrolla y del segundo, la sensualidad en la línea del dibujo femenino.

Es un pintor figurativo, de fecunda y reconocida trayectoria, que como artista de la postmodernidad hace arte, no tanto para cambiar la historia, sino sencillamente para hacer arte mediante hibridaciones estilísticas, en donde la personalidad del artista queda plasmada en la obra por su genio creador, que refleje la vida: “Todo ello tiene que ver con un espejo irremediable del alma humana. Somos lo que vemos fuera y nada lo puede cambiar”, dice el artista en frase fatídica y definitoria.

Y, en efecto, los cuadros de Juan Sebastián Barberá tienen una gran y fuerte personalidad, (ya sean de gran o mediano formato), basados en el concepto de ruptura, “en el cambio, en el abandono de una estructura, en oposición al concepto de armonía”, como el autor declara al hablar de la exposición, haciendo referencia al título que ha dado a su muestra: Fracturaciones. ¿Acaso no es ésta la manifestación de una parte de su alma mejicana?

Explosión de líneas y color, sus cuadros, donde la mujer toma lugar primordial,  no sólo no nos dejan indiferentes, sino que también nos inducen a la meditación: En ellos existen claves implícitas, que nos inquietan, y explícitas que nos hacen pensar, tales como son la obsesiva omnipresencia del Ojo y la casi permanente aparición de la Escalera, que nos lleva más allá del lienzo, en que inevitablemente aparece pintado un estilizado cuerpo de mujer.

¿Representa ese Ojo el mágico  talismán Udyat de Horus, indicando la plenitud de la obra, a la que no cabe poner ni quitar partícula alguna, pues en ella está toda mensura? Pudiera ser, ya que analizado el cuadro el observador concluye que, dentro del mundo ideal que el artista ha creado, todo lo que se pudo hacer se hizo.

La escalera ¿Es, acaso, la recreación de la dantesca escala luciferina de ascenso del transitorio averno terrenal al purgatorio de la vida, donde la mujer libera al varón de los fuegos del deseo, para someterlo a su yugo placentero del amor y del eros?

Queda cada cual libre de asumir cualquier otra consideración, pero no pierdan de vista a este artista.

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