Desde
que, a principios del siglo XIX, el
cuáquero de Pensilvania, Edward Hicks vendiera sus lienzos basados en pasajes
bíblicos, pasando por el aduanero francés Henri Rousseau, a finales del mismo
siglo, y por el marinero pescador inglés Alfred Wallis, ya en los albores del
siglo XX, - padres ellos, sin duda, de este estilo pictórico-, la pintura naif
ha ido definiendo más y más su individualidad diferencial y sus características,
atrayendo el interés de muchísimos artistas, tanto por sus posibilidades
expresivas, como por la naturalidad e inmediatez, con que cualquier interesado
puede iniciarse en esta actividad, sin más condicionantes que su rectitud de
ánimo, su sinceridad, su entrega y, por supuesto, su talento.
Si
hoy el naif ocupa, por méritos propios, un lugar en las Artes, Amalia Fernández de Córdoba, directora de la galería
Éboli, es uno de sus paladines, lo cual es de muy agradecer.
Situada
en la más bien pequeña y abierta al Palacio Real, Plaza de Ramales, -durante
tantos años pasados en obras de búsquedas arqueológicas y de reestructuración
de su solado-, y en lo que fueron las caballerizas de palacio se encuentra,
casi esquina, la Galería de Arte Éboli y, en su interior, más de ciento
cincuenta obras de setenta y dos artistas naif de diecinueve países europeos.
Una muestra de muy alta calidad, de obras y autores, y una oportunidad excepcional
para todo aficionado.
La
galería es amplia. Los cuadros más bien pequeños, (aprox. 50 x 50), situados en
paredes y paneles muy bien iluminados, por lo que la visita permite una cómoda
visión de las obras y el ambiente estimula a una placentera contemplación de
las mismas.
Decir
arte naif es hacer referencia a la ingenuidad, en el más profundo y extenso
significado del concepto, que implica una cierta falta de conocimiento de las
reglas y normas, que rigen una materia o disciplina y que, en pintura, desemboca en una tipología que evoca lo
infantil.
Así
es como nació el concepto de pintura naif, normalmente realizada por personas
autodidactas, pero que sienten la necesidad imperiosa e irrenunciable de
expresar en el lienzo, en la tabla o en el papel, a través del dibujo y del
color, aquellas impresiones que la realidad que contemplan les produce.
Lo
naif, por tanto, tiene mucho de impulso, de compulsión y, consecuentemente, una
enorme carga de verdad subjetiva y de sinceridad. Eso ha de verse y notarse en
los cuadros, por muy elaborados que éstos sean.
Y
es que la pintura naif actual discurre por dos vertientes, que recogen sendas
corrientes que fluyen de dos distintos manantiales: Aquella que procede de la ingenuidad prístina,
entendida como ignorancia de teorías y de técnicas aplicables al arte de la
pintura; y aquella otra menos turbulenta y más encauzada, en la que los
artistas buscan de una manera más consciente y estudiada unas formas de
expresión que nos remiten a la infancia, en los cuales la sencillez de los
trazos deben forzosamente ser una evocación de la ingenuidad infantil.
Desde
nuestro punto de vista, esta asunción consciente de lo naif, como medio de
expresión artística, representa una dificultad, casi insalvable en muchos
casos, en los que el cuadro pretendidamente naif termina por ser tan sólo una
lámina o estampa de ilustración de textos destinados a lectores infantiles.
En
sentido contrario, la aproximación forzada a lo infantil, mediante la imitación
“ad pedem litterae” de las formas y trazos de los dibujos y pinturas de los
niños, no es en puridad pintura naif, sino simplemente pintura imitativa, ya
que el artista naif ha de manifestar en sus obras las sensaciones y sinestesias
acumuladas en su periplo vital y que inevitablemente le contaminan, influyendo en
su expresión artística. El naif no imita, ni copia, crea.
Paralelamente,
tampoco el naif es una transmutación mimética del arte primitivo, si bien éste
puede enriquecer al artista en su potencial creativo de detalles.
La
pintura naif, en cuanto se aleja del canon, no es, sin embargo, una negación
filosófica del arte académico, como lo pudieron ser las vanguardias y ciertas
formas actuales del llamado arte conceptual y aledaños, ( minimalismo,
objetualismo, …), pero sí es un resultado ajeno a estas reglas, tanto por
ignorarlas, como por actuar como si se ignorasen, inhibiéndose de ellas.
Sin
embrago, todo cuadro naif tiene un tema, normalmente costumbrista, familiar,
bucólico, es decir, narrativo de la vida y de la naturaleza. Tiene composición,
en la que las perspectivas y líneas de fuga son inexistentes, así como las
sombras; las figuras son esquemáticas y presentan cierto hieratismo y
reminiscencias de la sencillez formal de las figuras del arte primitivo egipcio
o babilónico; por último, las composiciones están dotadas de un detallismo exhaustivo,
que concede a los cuadros un encanto y
singularidad característicos, no exentos de lirismo. Sus colores son
brillantes, alegres, fundamentalmente planos, jugando con los contrates, que
sirven, de otra parte, para dar profundidad al cuadro, cuando así lo pretende
el artista.
Todo
esto podrá ser visto y contrastado en esta magnífica muestra colectiva. Si
usted va a visitarla, lo que recomendamos, podrá votar a los dos cuadros que
considere de mayor valor artístico. Con todos estos votos, más las opiniones
del Jurado, se fallarán sendos premios: Uno para un artista español y otro par
un autor foráneo. Por nuestra parte renunciamos a pronunciarnos aquí sobre
nuestras preferencias, aunque allí emitimos nuestro voto, desde luego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario