No nos resistimos a traer aquí la
reseña de esta exposición, por lo excepcional de la oportunidad y por lo
extraordinario del pintor, una de las figuras señeras e insólitas de la pintura
del siglo XX, sin cuya contribución no podría ser comprendida, ni la pintura de
la pasada centuria, ni mucho menos la de la actual.
Marc Chagall, (Moishe Shagal), de origen ruso-judio, (Vitebsk, 1887. Saint
Paul de Vence, 1985), es testigo activo, en su recorrido vital, de una
revolución, (en la que participó), y dos guerras mundiales devastadoras, tanto en el plano
material, como en el del pensamiento y de las costumbres, lo que a su vez
provocó cambios sustanciales y definitivos en el arte, (en sus significados y en
sus significantes), de cuyas primeras y segundas vanguardias el artista
participó, sin adscribirse nunca a ninguna de ellas, (del mismo modo que
Picasso, otro nombre de esencial importancia), pero recibiendo inevitablemente
las influencias que de las mismas se derivaban.
En 1911 viaja a París y su
pintura, que ya muestra un trazo vigoroso e inconformista, (fuertemente
influenciada por la pintura rusa y localista del momento), sufre una
transformación fundamental, bajo los influjos del fovismo, del expresionismo y
del cubismo.
De nuevo en Rusia, trabaja junto
a los suprematistas Lissitzky y Malevich, sin que su contacto le contamine
conceptualmente. Cuando en la década de los años veinte ha de exiliarse a Berlín
y a París y posteriormente, ante la represión nazi contra los judíos, a Nueva
York, su personalidad y su estilo propio ya son reconocibles, codificados y
cotizados.
A Chagall se la ha adscrito al
surrealismo, pero el poeta Gillaume Apollinaire, quién da nombre al movimiento
surrealista, calificó a la pintura de Chagall como “sobrenatural”, desvinculándole
así de esa vanguardia, aunque sus cuadros sean la representación subjetiva de
mundos oníricos.
Es cierto que en 1928, en la
galería parisina de Alice Manteau se organizó la exposición “El Expresionismo
Francés”, en la que participa Chagall, junto a Modigliani, Soutine, Vlaminck y
Utrillo, entre otros, que se aglutinan porque sus obras reflejan un mundo
interior vivido intensamente, una representación formal claramente subjetiva,
cargada de gran violencia gestual, distorsiones en las figuras y un cromatismo
orgiástico, elementos que anteriormente habían caracterizado al expresionismo
alemán de “Die Brücke” y de “Der Blaue Reiter”. Pero Chagall, transciende estos
conceptos y llena sus cuadros de elementos simbólicos, cuya compresión solo es
posible a través de una hermenéutica cercana al psicoanálisis.
En otras ocasiones, sobre todo
cuando pinta búcaros y ramos de flores, su pintura nos recuerda al del post-impresionista
y simbolista Odilon Redon, del que no
cabría excluir hubiera recibido alguna influencia, ya desde su temprana edad,
por su obsesiva reiteración de incluir en sus composiciones, (sobre todo en sus
últimos cuarenta años), el ramo de flores y la cabra, que dentro de esos mundos
inquietantes y exotéricos representados, dan motivo a la reflexión, para
intentar encontrar las claves del código, en que Chagal encriptó sus
figuraciones fantásticas.
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