Emplea
la varilla, la chapa de acero inoxidable y de aluminio; eso sí, con esmero y,
diríamos, incluso con primor; trabaja en dimensiones macro, pero también en
proporciones micro. Mas, en cualquiera que sea la escala, sus obras resultan
lenes, lábiles y, si se quiere, etéreas
Sean
esculturas para ornar la plaza pública, o la pequeña joya que lucirá, como
pendentif de una pulsera o de un collar, dándose además la circunstancia de que,
una gran escultura con dimensiones de dos metros, reducida a dimensiones de dos
centímetros y cambiando el acero por el oro, pasa a ser, de un monumento expuesto
al público, a una joya privada, sin que su maqueta o diseño haya sido variado
en nada.
Blanca
Muñoz, (Madrid, 1963), presenta, en esta retrospectiva, una amplia muestra de
su obra escultórica que va, como se indica en la propia exposición, “de la
diminuta maqueta a la gran estructura que danza, de la esquina doméstica al
espacio público, de la escultura a la joya”, dando lugar a que se puedan
contemplar unos pocos ejemplares de su obra gráfica “tridimensional”, así como el
grabado rojo “Campos Magnéticos”, montaje digital de gran tamaño, ya que Blanca
Muñoz, entre otros galardones ostenta el Premio Nacional de Grabado, que se le
concedió en 1999.
La
artista, en la presentación de la exposición, dice textualmente, y tras
veintidós años de carrera creativa, “veo ahora, que existe cierta coherencia en
mi trabajo, que todo viene por algo. Existe un hilo común. He seguido un
camino, sin darme cuenta…”, y es que, en efecto, cualquiera que sea el campo de
su actividad: la escultura, el grabado o la joyería, sus creaciones presentan
una gran coherencia formal y recrean formas arquetípicas que identifican las
obras con su autora, pues su espíritu está imbricado en cada una de sus líneas,
en cada uno de sus contornos, en fin, en los volúmenes finales conseguidos.
A
pesar de que la trabazón entre escultura y espacio es algo esencial y
ontológico, toda vez que el alma de la
escultura se define por la dialéctica entre el espacio y las formas, y de cómo éstas
lo aprehenden y lo delimitan, diríamos que la característica de la escultura de
Blanca Muñoz estriba en permitir que el espacio se disuelva entre sus líneas
rectas y curvas y, aún, se escape entra los orificios de sus chapas
regularmente perforadas.
Las
formas de sus esculturas son sensuales, con aquella sensualidad que emana del
fondo de la psique de la mujer. Y lo decimos para valorar esta obra, de la
misma manera y con igual sentido que cuando decimos que, de la obra de un varón,
emana la fuerza viril de su alma masculina. Bien sabemos que en el arte no hay
sexo, pero sí distintas sensibilidades en su realización, de manera tal que, así
como determinadas percepciones le están vedadas al varón, opuesta y
similarmente, otras percepciones no son percibidas por la mujer de la misma
forma que lo hace el varón y todo eso se refleja, sin duda, en la obra de todos
y cada uno de los artistas. De ahí su riqueza polisémica.
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