Escribió
la pintora Georgia O’Keeffe: “Nada es menos real que el realismo. Los detalles
son desconcertantes. Solo por medio de la elección, la omisión y la acentuación
avanzaremos hacia el verdadero significado de las cosas”.
Esta
manipulación de la realidad, para plasmar su mímesis sobre el cuadro, se hace
patente en las obras de los hiperrealistas y, más concretamente, de los
fotorrealistas, que parten de la “realidad indirecta”, que la cámara
fotográfica ha captado, tras haber elegido el plano, sobre el que el
pintor-fotógrafo focalizó el objetivo, antes de abrir el obturador.
Realidad
indirecta que posteriormente llevará al lienzo mediante distintas técnicas de
tramas, cuadrículas, proyecciones o transferencias, en formatos generalmente de
gran tamaño, usando el pincel o el aerógrafo, el óleo, el acrílico o el Dupont
Cromax-AT, sobre lienzo, tabla o superficie de aluminio, pero siempre
realizadas a través de un proceso creativo completamente opuesto a la
inmediatez de la instantánea fotográfica, si bien el lenguaje final nos causa
el efecto ilusorio de estar contemplando una fotografía, equivalente a un
trampantojo sustitutivo de la realidad que creemos percibir.
Sobre
estas premisas es preciso ver, analizar y juzgar las obras de los
fotorrealistas, que presenta la muestra “Hiperrealismo 1967-2012” y que nos
expone obras de los más señalados autores de las tres generaciones de
fotorrealistas, computadas hasta el más rabioso presente.
Iniciándose
la década de los sesenta, en la costa de la californiana San Francisco, Robert
Bechtle (1932), pinta los primeros cuadros fotorrealistas, en los que describe
calles bañadas de sol, sin personalidad especial, de los barrios residenciales.
Simultáneamente en Nueva York, Richad Estes, pinta paisajes urbanos y sus
famosos escaparates, con sus reflejos, que causan tal impacto, que por un largo
tiempo, a los fotorrealistas se les vino a motejar de “pintores de escaparates”.
De este pintor es la frase: “No creo que, en cuestiones de realismo, la fotografía sea la última palabra”, pues,
en efecto, el objetivo de Estes es la reproducción de una “realidad ideal”, que
muestre configuraciones que se puedan interiorizar y contengan más elementos
comunes con nuestra realidad subjetiva, que una reproducción exacta de lo
observado y plasmado en la fotografía.
La
búsqueda de esta realidad ideal queda confirmada en los cuadros de máquinas
expendedoras de chicles de Charles Bell, quien dice: “mis cuadros parecen
reales pero se trata de una realidad subjetiva”, o en las carrocerías
reflectantes del Volkswagen “Escarabajo” de Don Eddy, o en los detalles de motos de Audrey
Flack, por otra parte, la única mujer de este grupo de pintores.
En
general todos estos pintores están influenciados, no solo por la estética del
“Pop Art”, sino también por su empeño de representar lo cotidiano, incluso lo
trivial, de la vida del americano medio.
De
esta generación es el pintor Chuck Close y sus aplaudidos retratos de gran
tamaño de amigos y familiares e incluso sus propios autorretratos, que no están
representados en esta muestra, pero si dos autorretratos de mediano tamaño,
expresados en un lenguaje puntillista o pixelado, que se aleja del
fotorrealismo, tal y como lo estamos describiendo.
La
técnica fotorrealista, en las décadas de los ochenta y noventa, sale de los
Estados Unidos y se internacionaliza, al tiempo que se beneficia de los avances
tecnológicos, al incorporar a sus equipos las cámaras digitales, que permiten
dotar a sus obras de un superior detallismo y una mayor nitidez. De otro lado,
la escasa presencia de la figura humana, muy frecuente en la temática del
fotorrealismo, que incluso la elimina, aumenta la impresión de frialdad y
distanciamiento común a este estilo y que es uno de los factores emocionales
que más impactan en el ánimo del observador.
Todo
lo dicho se acentúa en la generación presente, ya que las actuales cámaras
digitales aportan más información, transferible al lienzo, en lo concerniente a
nitidez de los contornos y la alta definición de colores y matices, de manera
tal que la imagen plasmada en el cuadro viene a tomar le categoría de
“hiperreal”, ya que supera en realismo a lo que, la simple vista humana, puede
captar del objeto real representado.
Así
como Chuck Close se vanagloria de no usar los ordenadores para la realización
de sus cuadros, Ben Johnson, interesado, como tantos otros actuales, por las
arquitecturas, realiza posteriormente dibujos con ayuda del ordenador, muestra
evidente de los cambios y progresos que el estilo viene experimentando.
Solo
el tiempo nos dirá hasta donde nos llevará esta corriente pictórica, realmente
impactante, que fascina al público, al tiempo que va ganando adeptos entre las
nuevas generaciones de artistas, que abandonan convencionalismos y lugares
comunes, basados en teorías ya periclitadas, proclamadas y defendidas sólo por
reducidas élites, que se amparan en ellas, para mantener un poder fáctico sobre
un mercado cautivo y a unos fáciles accesos a dineros institucionales.
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