Francisco
Molina Montero, (Torreperogil, Jaén, 1962), maestro de pintores en su “Taller
del Prado”, presenta en Alfama, después de ocho años de ausencia, una nueva
exposición de su obra más reciente, lo cual supone un hecho relevante, dentro del mundo del arte
madrileño y español.
En
esta obra, compuesta de cuadros de diversos tamaños, Paco Molina, se manifiesta
en un renovado estilo, más colorista y matérico, que, sin embargo, en nada
contradice al carácter propio, al que este artista nos tiene acostumbrados,
aunque, desde luego, más enriquecido y maduro y con ausencia total de cualquier
amaneramiento, porque éste resulta imposible, ya que la verdad siempre es nueva y perdurable, pues
como el gran pintor Juan Alcalde dice: “La pintura de Paco Molina Montero, en
su estado desnudo, es limpia, veraz y rotunda”.
Obras
frescas y vigorosas, que, en su gestación, han sido concebidas como unas ideas
sobre las que Molina Montero trabaja, en el lienzo o en la tabla, siguiendo los
impulsos de su instinto, de sus ilusiones y de sus percepciones, que pasando por el corazón,
mueven sus manos y con ellas elabora su sintaxis de formas y colores, de collages
y de transparencias, con un lenguaje sincopado y explosivo.
El
artista plasma en sus obras la expresión de su sentimiento vital, del que surgen
las ideas, que él desarrolla trabajando y ensayando nuevas fronteras y
posibilidades estéticas y expresivas, en un aparente entropismo, que sin
embargo está ordenado, cuando desemboca en un armonioso conjunto de formas y
colores, perfectamente compuesto, que el observador descubre en detenido examen;
composiciones que dan consistencia y equilibrio a los cuadros.
Paco
Molina se resiste a cualquier taxonomía, pues su obra es personal y
distinguible, dentro del abigarrado universo pictórico, si bien este artista figurativo
maneja con soltura un lenguaje, que se inscribe dentro de un expresionismo
reposado, que, como diría Herwarth Walden, no crea la impresión de fuera y sí,
por el contrario, hace visible una expresión de dentro, de forma tal que sus
cuadros nos transmiten “su verdad y, con ella, sus sentimientos más íntimos”,
como señala Jaime Mairata Laviña, en la presentación del catálogo de esta
exposición.
Así
pues, la realidad que Paco Molina modela en sus cuadros, -realidad resultante
de sus visiones interiores-, es una expresión emocional y enérgica de la misma,
cuyo “pathos” se transmite al espectador de manera fulminante y se va
acrecentando a medida que se permite a
la vista recorrer la totalidad de la pintura, degustando sus matices y tonalidades,
obtenidas con ese buen saber hacer, que el artista demuestra en el empleo de las
veladuras y de los collages de viejas cartas, que aportan los aromas de vintage,
y de telas e hilos, que dan calidez y vida a las imágenes.
Se
diferencian de los demás, y a nuestro entender, lo hacen de manera destacada,
unos cuadros de árboles y bosques, que de alguna manera rompen con la “norma”
del pintor: Son cuadros con unas composiciones complicadas, casi fractales, en
los que se resalta el desorden que la naturaleza , abandonada a su espontaneo
desarrollo, presenta, con su multiplicidad de formas y colores, penetrada en
las profundidad de sus frondas por la luz, amarilla, solar y aliviada por la
claridad del cielo, azul, de la mañana.
Si
los cuadros de Francisco Molina Montero proyectan emociones en su
contemplación, estos bosques y árboles llegan a fascinar, de modo que uno se
encuentra forzado a entrar en el juego del engaño e introducirse, con la
imaginación, en la profundidad delusoria del follaje, que el artista nos
propone.
Una
muestra presentada para el deleite, que la contemplación de la buena pintura
proporciona.
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