“Hay
una huella indeleble y otra efímera en la fluctuación de las mareas. Un ojo
atento debería permanecer apostado miles de años ante un metro de costa para
apreciar un pequeño cambio; ese mismo ojo precisaría del mismo grado de
atención para retener en la memoria el dibujo que la espuma improvisa en la
arena y que permanece solo un instante”, reflexiona Jesús Mansé, (n.p.Jesús María Cormán,San Sebastián, 1966),
que se toma como reto, en cada marina, fijar y captar ambas realidades en unas
trazas que muestran, en su sincronía, la enorme fuerza emocional que contienen.
Jesús
Mansé fundamenta su pictórica en los mismos principios en que la basaron los
macchiaioli toscanos y los impresionistas
franceses, pues aunque no está tan interesado, como ellos, en la expresión de la luz y, consiguientemente, del color,
como nervadura y energía trocales de la pintura, , sin embargo le seduce lo
cambiante de los paisajes y del mar con el transcurso del tiempo, para perseguir
captar las variaciones lumínicas y ambientales, que se dan en distintos momentos,
y así trasladarlas al espectador en un
proceso analítico y creador, similar al que Claude Monet desarrolló.
De
otra parte, en su técnica se descubren las composiciones por planos de color y la
naturalidad del instante, propia del paradigma
impresionista, si bien ejecutado todo con un inconfundible y personal
estilo, transfundido de su interés por captar aquellos aspectos que actúan
directamente en su ánimo, como observador de la realidad. De esta forma sus
cuadros son el resultado de un escrupuloso proceso creativo y de una segura y
cuidada ejecución, fundados ambos en una consistente convicción en sus
principios pictóricos y en unas cualidades artísticas innegables.
La
contemplación de esos trozos de mar vistos desde las playas, que el pintor
representa en sus óleos sobre lienzo, crea un cierto vértigo, que obliga al
observador a penetrar en el cuadro y gozar de las emociones que el artista
trasmite mediante un sabio empleo de puntos de fuga en donde el dibujo y el color
convergen, dando al cuadro la ilusión cinética que la perspectiva induce, y que
no se pierde ni cuando la niebla cubre una parte del paisaje.
Por
encima, en sus cuadros sobrevuela una honda diégesis lírica, basada en la
soledad por la lejanía de vida humana, pero no así de sus vestigios, que
insertos en el paisaje no lo modifican y por el contrario le dan una nueva
valoración, en la que ”la melancolía juega un papel fundamental: los arrastra
al terreno del pensamiento para convertirlos en un silencio profundamente vivo,
para acentuar lo sublime de esa lejanía”, como el autor confiesa,
descubriéndonos su poética.
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