Cuando
se entra en la sala, en la que están expuestas las obras de Pamen Pereira, (El
Ferrol, 1963), se percibe un cierto ambiente mágico, cuyo origen está en la energía
potencial, con la que están cargadas sus obras.
Todas
ellas levitan en el espacio, creando en el observador una sensación de
cierta inestabilidad cenestésica, pues
se produce una especie de sinapsis emocional entre el objeto observado y el
espectador, lo que acentúa el interés en su contemplación.
Pamen
Pereira juega también con la contradicción, así hace volar a reproducidas
vértebras de vaca dotadas de alas de plomo, formando una esfera, que presumimos
pueda constituir un elemento apotropaico, resultante de cualquier formulación
esotérica.
Sus
mantras, escritos con humo de vela sobre pan de oro, dejan suspendido el
raciocinio, para permitir que el inefable soplo del espíritu poético penetre
con facilidad en el espacio de las emociones, a las que el humano se abre en
estas circunstancias.
Lo
mismo ocurre con su jardín suspendido, realizado como un mándala hinduista, que
impulsa, por su sola contemplación, a la meditación. Es arte aplicado a lo
trascendente.
Sorprendente,
por su propio contenido y por lo inesperado, es su creación “Tampoco el mar
duerme”, en la que, conjuntando ciencia y arte y en lo reducido de una pequeña
pecera esférica, la artista reproduce el mar encrespado por una fuerte galerna,
que estalla, sin solución de continuidad, en terribles olas de cuyas crestas el
huracán arrebata airones de espuma. Su contemplación fascina.
En
fin, hablamos de arte plástico, ciencia y poesía unidos por la creatividad y la
heurística de esta artista polifacética, que es capaz de emplear, como depurado
y cuidado lenguaje formal, todo tipo de medios y procedimientos para crear
mundos que sugieren lo arcano, lo mistérico, lo enigmático y, también, lo
bello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario