sábado, 27 de junio de 2015

124.06* ESTHER PLAZA LLORENTE Y ANGEL PEDRO GÓMEZ PAUSAS C. C. ALFREDO KRAUS. Glorieta de Vaquerizas, 9. Madrid






De Esther Plaza ya hemos hablado, en ocasión anterior, analizando su obra, en su faceta de pintora. Entonces dijimos que impulsada por una irresistible vocación artística decidió, con ánimo firme, aceptar el reto que su inquietud intelectual le proponía. Entonces fue la pintura, hoy es la fotografía, a la que ha dedicado su atención y solercia.


De Ángel Pedro Gómez, recogimos entonces poéticos y acertados comentarios a la obra de su mujer, Esther, en los que se descubría un alma sensible al arte plástico. Hoy recogemos poéticos fragmentos visuales de realidades re-interpretadas por él mismo, a través del lenguaje de la fotografía.

Pero, que conste por adelantado, que ambos son esencialmente grandes poetas, cuya lírica trasciende al verbo y se instala, penetrándolas, en sus fotografías, que se convierten en estrofas visibles de poemas plásticos. Cada foto es un mensaje directo a la sensibilidad del espectador y a su sentido del gusto por lo bello.


Como mistagogos del arte, penetran en sus misterios haciendo eviternos momentos fugaces, que con paciencia buscan en sus pausas vitales, en sus paréntesis existenciales, para calmar las ansias de plenitud que sus espíritus anhelan y de la que el bullicio de la urbe  les despoja.

Porque usan un lenguaje poético, es decir, heurístico, profético y esencial, como captores de lo insólito, de lo inesperado, de lo fugaz, pero, que ellos consiguen que quede visualmente codificado en imágenes de belleza única, con vocación de infinitud.

Son el yin y el yang en cuanto al arte de la fotografía se refiere; en cierta medida intercambiables, si bien cada uno se ha asignado un papel diferencial, impulsados por la fuerza motriz de sus condicionantes femenino y masculino.

Esther, digámoslo con sus propias palabras, busca captar cómo “la efímera piel de esa burbuja fragua un instante, que ya será mío para siempre”. Será suyo, pero también de todos nosotros. Lo suyo es la oportunidad fugaz y el lirismo.

Ángel Pedro nos deja las muestras de lo que ha buscado, y busca, con la tenacidad del arqueólogo, a sabiendas que más tarde, o más pronto, ha de encontrar, en su pausa: ese detrito semioculto, arrojado al arroyo por la incuria de una mano anónima y que su arte transforma, como metáfora de una paradoja, en paradigma de lo bello.

Cómo se obra el prodigio, él lo dice: “Mi sonrisa se ha disfrazado de inspiración y quiere formar parte de un cuento… de un cuento que se llama Tierra”.


Además de poesía hay mucho amor en estos dos artistas. Merece mucho la pena conocer su obra y leer sus textos.

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