De
Esther Plaza ya hemos hablado, en ocasión anterior, analizando su obra, en su
faceta de pintora. Entonces dijimos que impulsada por una irresistible vocación
artística decidió, con ánimo firme, aceptar el reto que su inquietud
intelectual le proponía. Entonces fue la pintura, hoy es la fotografía, a la
que ha dedicado su atención y solercia.
De
Ángel Pedro Gómez, recogimos entonces poéticos y acertados comentarios a la
obra de su mujer, Esther, en los que se descubría un alma sensible al arte
plástico. Hoy recogemos poéticos fragmentos visuales de realidades
re-interpretadas por él mismo, a través del lenguaje de la fotografía.
Pero,
que conste por adelantado, que ambos son esencialmente grandes poetas, cuya
lírica trasciende al verbo y se instala, penetrándolas, en sus fotografías, que
se convierten en estrofas visibles de poemas plásticos. Cada foto es un mensaje
directo a la sensibilidad del espectador y a su sentido del gusto por lo bello.
Como
mistagogos del arte, penetran en sus misterios haciendo eviternos momentos
fugaces, que con paciencia buscan en sus pausas vitales, en sus paréntesis
existenciales, para calmar las ansias de plenitud que sus espíritus anhelan y de
la que el bullicio de la urbe les
despoja.
Porque
usan un lenguaje poético, es decir, heurístico, profético y esencial, como
captores de lo insólito, de lo inesperado, de lo fugaz, pero, que ellos consiguen
que quede visualmente codificado en imágenes de belleza única, con vocación de
infinitud.
Son
el yin y el yang en cuanto al arte de la fotografía se refiere; en cierta
medida intercambiables, si bien cada uno se ha asignado un papel diferencial,
impulsados por la fuerza motriz de sus condicionantes femenino y masculino.
Esther,
digámoslo con sus propias palabras, busca captar cómo “la efímera piel de esa
burbuja fragua un instante, que ya será mío para siempre”. Será suyo, pero
también de todos nosotros. Lo suyo es la oportunidad fugaz y el lirismo.
Ángel
Pedro nos deja las muestras de lo que ha buscado, y busca, con la tenacidad del
arqueólogo, a sabiendas que más tarde, o más pronto, ha de encontrar, en su
pausa: ese detrito semioculto, arrojado al arroyo por la incuria de una mano
anónima y que su arte transforma, como metáfora de una paradoja, en paradigma
de lo bello.
Cómo
se obra el prodigio, él lo dice: “Mi sonrisa se ha disfrazado de inspiración y
quiere formar parte de un cuento… de un cuento que se llama Tierra”.
Además
de poesía hay mucho amor en estos dos artistas. Merece mucho la pena conocer su
obra y leer sus textos.
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