“Flores,
árboles, montes, nubes, hierbas, ríos …: esos elementos … Esos compañeros de
trabajo son los objetos de estos paisajes, para que el espectador pueda
imaginar, para ejercer el juego de mirar y ver, para sentir la emoción del
arte, para entender que no se trata de reproducir la naturaleza, sino de
hacerla más visible”.
Con
esta apelación al juicio crítico del espectador de su obra, Jesús Velayos,
(Ávila, 1950), da la clave hermenéutica para la interpretación de sus
creaciones, que hay que ver con mirada reflexiva y mirar desde la atalaya de
las ideas, aceptando la afirmación de Baudelaire de que “el arte no se explica,
se siente”.
Al
tratar de hacer visible y plástico lo invisible, el artista postmoderno se
encuentra en sendas encrucijadas, tanto metafísica como práctica, sometido a un
sinfín de dudas que le condicionan psicológicamente, viéndose obligado a
emplear al máximo todas sus capacidades de resiliencia, convicción y aptitud
visionaria.
Porque
tras la “muerte del arte”, el arte, en cada artista, renace ahora de sus
propias cenizas, en alumbramientos que encauzan, por distintos canales, las experiencias
anteriores, las represan después y, con energía renovada, las dejan salir mixturadas por los canales de
su creatividad.
Con
una pintura que omite lo superfluo, queriendo revelar la esencia de las cosas y
que se expresa prescindiendo de la tercera y cuarta dimensiones, Velayos ha llegado a sintetizar toda su potencialidad
creadora en unas composiciones con estructuras formales poco diferenciadas unas
de otras. Composiciones, basadas en un dibujo de corte geométrico, que rima con
las construcciones que Klee compendiara, y con el que delimita formas y áreas
de color matizado en grises.
Velayos es el creador de una manera de concebir el
cuadro, en donde el dibujo juega un lugar destacado, y los blancos y colores
grises definen su poética y muestran su enigma, que acola esencialmente con el
espíritu de la pintura metafísica de Chirico.
Sus
obras responden a un paradigma personal, diferenciado y significativo, que le identifica,
basado en esquemas de los elementos que
la naturaleza ofrece, a los que añade
los bosquejos siluetados de un edificio dominante y de un árbol alegórico, y cuya
fuerza expresiva y comunicativa estriba en la comprensión de un éxtasis
interior, revelado en el color, en la arquitectura de las formas y en la
ordenación de los diferentes y distintos elementos, que son los signos de su
lenguaje hermético.
BENITO
DE DIEGO GONZÁLEZ
Miembro
de las Asociaciones Madrileña,
Española
e Internacional de Críticos de Arte
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