domingo, 25 de noviembre de 2018

187.10* ROBERT PÉREZ . RETRATOS . C. C. NICOLÁS SALMERÓN. Mantuano, 51. Madrid




“Arte como estilo de vida” este es el lema de Robert Pérez Palou nacido, (1948), en Linyola, Lleida, España,- como a él le gusta expresarlo-, en el seno de una familia de payeses agricultores. Se le educó para ser también uno de ellos, a pesar de las muestras que daba de su talento artístico, ya desde temprana edad.


Vocación que emanaba de su naturaleza y genio y que finalmente se impuso, impulsada por una voluntad inquebrantable, que le sitúan en el categoría de los humanos que tienen habilidades constitutivas de la “téchne mimetiqué”, que implica -si se sigue la clasificación de la Grecia clásica-, saber o tener destreza para producir imágenes plásticas que imitan la naturaleza.

Así, sin acceso a educación artística en escuela o taller alguno, Robert Pérez aprendió y desarrolló su técnica como autodidacta.

Su obra evidencia la minuciosidad del artesano, que partiendo de una solercia innata va perfeccionando el oficio, hasta hacerlo arte, a través del recorrido de un trabajoso camino agonal, que el artista, (así lo confiesa él mismo), recorre gozoso y feliz, en el que cada día es un nuevo amanecer para aplicar lo hasta entonces aprendido y para el descubrimiento emocionado de nuevas técnicas con que mejorar su obra, como él dice, “en mi estudio, creando nuevos retratos a diario, jugando con los trazos, sombras y la luz, sintiéndome feliz en mi día a día”.

Su obra presenta un virtuosismo pegado a la veta española del realismo de un Antonio López, o de un Eduardo Naranjo, con una concepción particular del retrato, utilizando  prácticamente en exclusiva la técnica del pastel, la cual ha llegado a dominar, para realizar obras en las que el detalle las valoriza y las dota de gran verismo, por lo que no se duda en clasificarle entre los artistas fotorrealistas, como pueden ser los norteamericanos Chuck Close o Charles Bell o los españoles Bernardo Torrens y José Miguel Palacio, pongamos por ejemplos.

Como dice su biografía, “en 1988 empezó a pintar profesionalmente y en 1995 abandonó definitivamente las actividades agrícolas para dedicarse por completo a la pintura. Desde entonces ha participado en múltiples exposiciones, incluyendo París, Nueva York, Los Ángeles, Dubái, Japón y Madrid”.

En cuanto a su pintura, dice Ruiz Berrio, comisaria de la muestra:“Tiene una facilidad asombrosa para dibujar,…, e imprime alma a la persona retratada. El lápiz se desliza entre sus dedos y sobre el papel con tal maestría, que en poco tiempo tiene hecho el boceto del retrato. Luego lo va trabajando poco a poco y consigue dejar un acabado perfecto, con un parecido asombroso,… Sobre todo les da vida, los ojos hablan, sus miradas son penetrantes unas veces, otras dulces, las sonrisas de los niños y sus tristezas… Están tan bien expresadas que parece vayas a hablar con ellos”.

Al artista le gusta trabajar en gran formato y en primer plano, pues según dice “es en este plano donde se concentra la máxima capacidad expresiva, y los gestos se intensifican por la distancia mínima que existe entre la cámara y el protagonista, permitiendo enfatizar el detalle que deseamos resaltar”.

Gusta, asimismo, de hacer retratos a niños, lo que él llama retratos infantiles, pues considera que “no hay nada más dulce y sincero que el rostro, la mirada y la expresión de un niño siendo tan entrañable y a la vez tan pasajero que uno desearía inmortalizarlo para siempre”. 

Hace retratos étnicos, mimetizando “rostros de personas diversas de pueblos diferentes, con infinidad de rasgos de expresión a destacar, que nos transmiten su pasado con solo una mirada y un gesto”.

En fin se explaya con los por él llamados retratos familiares, pues entiende que “recordar la compañía de una buena amistad, de un amor o la unión incondicional de una familia es esencial en muchas ocasiones para sentirnos vivos”.


Hablamos, en fin, de una exposición hecha de emociones que trasmite al que la contempla.

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