miércoles, 20 de febrero de 2019

191.12* AURORA CAÑERO . ESCULTURAS . GALERIA KREISLER, Hermosilla, 8. Madrid





Dos principios, de los enunciados por Josef Albert, se encarnan en la compleja ejecutoria de la escultora Aurora Cañero, (Madrid, 1940): aquel que predica que el artista, en su acción creadora, debe actuar de forma tal que logre los máximos efectos con el empleo de los mínimos medios plásticos y aquel otro, por el que las obras de arte deben expresar y producir emociones, como fin teleológico de su ser, principio, por otra parte, hoy universalmente aceptado.


En efecto, sus esculturas son icásticas, exentas de toda hipérbole decorativa, logradas mediante un acurado proceso de ejecución, cuyo resultado alcanza la belleza de lo bien hecho, que va directo desde la captada vista del observador, pasando por su sentido del gusto, al sentimiento, que goza con la poética que procede de su estudiada simplificación formal.

Es, la de Aurora Cañero, una escultura que mana de un concreto acervo intelectual y cognoscitivo, acumulado por la artista tras arduo y normativo periodo de formación en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando madrileña y en el desarrollo de su cátedra de modelado, en la prestigiosa Escuela de Cerámica de la Moncloa.

Pertenece a una  generación de artistas que nacieron y desarrollaron su arte en el segundo tercio del pasado siglo, -muchos de ellos siguen aún activos para el arte-, formando lo que se ha venido en llamar el “realismo madrileño” ,con los hermanos Julio y Francisco López Hernández, Francisco Aparicio  y otros, en los que se revelaba una poética compartida, una visión de lo cotidiano, de los objetos y los espacios familiares, impregnada de misterio y melarquía.

La escultura de Cañero procede del universo de de las ideas platónicas, pues que su simplificación formal la eleva a la categoría de lo permanente y la habilita para desafiar al paso del tiempo y a las presiones modales, más o menos institucionalizadas.

Sus figuras, que se apoyan siempre sobre pedestales de distintas formas, como parte integrante de la iconografía global de la obra, por sí solas constituyen escenas  cargadas de un intenso  contenido metafísico y conceptual, que se materializa en formas de cuerpos escuetos, concisos, sintéticos y dotados de una inexpresión, similar en su indefinición, a la que presenta la hierática e  impasible estatuaria del Egipto faraónico.

Todos estos elementos, constitutivos de las esculturas de la artista, dotan a cada una de ellas del carácter misterioso y arcano del tótem y del betilo, lo que, más allá de sus calidades y cualidades formales, son el más sólido argumento para su aceptación.


BENITO DE DIEGO GONZÁLEZ
Miembro de las Asociaciones Internacional,
Española y Madrileña de Críticos de Arte

10/12/2018

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