José Carazo Lucas, (Burgos,
1955), es pintor de larga trayectoria, pues inició su actividad artística a la
temprana edad de los dieciocho años, apenas abandonada la adolescencia. Desde
entonces, en una tenaz y vocacional carrera, no ha cejado de crear y exponer, siempre
despertando interés y sorpresa en el observador de su obra.
Pepe Carazo, -que es como él
quiere ser conocido-, atesora un no menos largo recorrido estilístico, que ha
acabado por convertirse en signo de su identidad, o quizá sea más exacto decir,
que su identidad genésica, su esencia de creador intuitivo, le ha conducido y conduce
compulsivamente, aunque con serenidad de ánimo y criterio atemperado, a una
permanente experimentación expresiva, apuntalado en las distintas
opciones, ya desveladas, que se ofrecen a todo artista de la posmodernidad y
que conoce, como realidad formativa y vivencial.
Comenzó su carrera artística como
acuarelista y, en pocos años, consiguió un alto prestigio corroborado por
premios y galardones de distintas instituciones.
La acuarela de Carazo se sustenta
sobre un dibujo firme, pero tan solo insinuante, donde las formas quedan finalmente
definidas por los toques maestros de color, limpios, pero en tonalidades
apagadas, definitorias de esa poética melancólica, que, la obra de este
artista, en todo su recorrido, destila e infunde
Cubierta, en su sentir, esta
etapa expresiva, investigó y comenzó a trabajar con el óleo y el acrílico, si
bien manteniendo una expresión figurativa muy semejante, mutatis mutandis, a la
de su producción en aguada.
Son cuadros, en general de
pequeño formato, en los que, siguiendo una “progresión afortunada”, según
expresión de José Pérez-Guerra, en su vocacional diégesis pictórica, aborda la
creación, en un estilo claramente expresionista, de unos emocionantes y subjetivos
retratos de ciudades, por él visitadas y vividas, de los que emana una
ensoñación ilusoria, que se trasfunde al observador.
Los colores azules, en tonos
oscuros y grises de los edificios y cielos, -como si en el galicinio hubieran
sido pintados-, quedan iluminados con tenues toques de colores claros, que
completan la perspectiva volumétrica de las casas y la composición formal de
los cuadros. Fue, en nuestro sentir, una etapa especialmente fértil y feraz de
este pintor.
Como si la iniciación del nuevo
siglo hubiera despertado en el artista un nuevo registro de su sensibilidad
creativa, Carazo realiza varias series en un estilo, abierta y decididamente,
abstracto, dentro de una corriente expresiva de la que el gran maestro Rafael
Canogar es, sin duda, uno de sus principales exponentes.
Son tiempos en los que el artista
ha iniciado una estrecha convivencia simbiótica con poetas, -Diego Valverde,
Tino Barriuso, Oscar Esquivias,…-, de la que ambos universos sacan provecho, ya
que sólo desde lo esencial de la poesía se puede abordar el mundo plástico del
subjetivismo abstracto, así como solamente el alma del poeta puede poseer la
hermenéutica precisa para descifrar y con su palabra revelar la intencionalidad
mistérica, que el pintor quiere manifestar en su obra.
Profundizando en sus
fascinaciones abstractas, Carazo abandona después las formas más o menos
geométricas, para pasar a expresar sus emociones haciéndolas visuales en
manchas de colores claros y luminosos, -dentro de una formulación expresiva en
la que Fernando Zóbel representa uno de sus hitos principales-, tras la que
parecen percibirse figuras escondidas, totalmente delusorias, que pueden ser,
sin embargo, interpretadas por el que las contempla.
Llegamos así a la colección que
el artista presenta en la solvente galería de arte de Ángeles Penche, bajo la
denominación de “Infinito”.
Compuesta, en general, por cuadros
de gran y medio tamaño, que recogen imágenes de paisajes, que expresan y
trasladan al ánimo la sensación pequeñez del humano ante el inabarcable poder de
la naturaleza, que se hace especialmente sensible, cuando el hombre se sitúa
ante una cadena de montañas y peñas, que se difuminan sus cumbreras entre el
cielo y la niebla, o ante un mar de agua verde que se extiende más allá del
promontorio rocoso, o del collado que abre la puerta del sendero, que nos
conduce al campanario.
Cuadros con una figuración
explícita y definida, en los que el
artista sincretiza todos los saberes y descubrimientos que ha acumulado en su
ya largo recorrido estilístico, presentando las obras una gran coherencia y una
atractiva y personal estética, como
corresponde a la ejecutoria de este pintor burgalés, que ha abordado y resuelto
con talento y brillantez el arriesgado y
difícil desafío, que pintar paisaje comporta.
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