Quizá Xurso Gómez-Chao, (La
Coruña, 1960), pretenda representar sueños, o quizá no; quizás solo pretenda representar
realidades. Quizá pretenda escenificar laberínticamente universos simbólicos,
que bullen en su consciencia, o quizá pretenda, simplemente, sorprendernos con
sus cuidadas composiciones fractales.
De alguna forma, él mismo lo dice
al reconocer que su obra se debate en una “eterna confrontación entre lo
racional y lo visceral, entre los material y lo onírico, entre el
constructivismo y el pictoricismo, entre la ingenuidad y el escepticismo”.
Lo cierto es que sus cuadros son delicados
sistemas planetarios en los que flotan y actúan todo tipo de objetos: muñecos, flores,
hojas, tijeras, cintas de escribir a máquina…, en absurdos “totum revolutum” de
impactante resultado y convincente efecto estético.
Y es que el artista, auxiliándose
de modernas técnicas y materiales, -fotografía lambda, procesos geclèe, papel
I, dibond,…-, obtiene unos cuadros luminosos, coloristas, sugerentes y siempre
sorprendentes, bellos y poéticos, que invitan a su contemplación y a la
reflexión, pues sugieren mundos en los que late la vida, que parece correr a
través de las capilaridades de enredados filamentos vegetales, que sirven de
entramado formal para dar coherencia a la composición, y ser hilos conductores
de nuestras elucubraciones a la búsqueda de sus más profundos significados.
Como ocurre con El Bosco o con
Chagal, no basta una mirada global a la totalidad de cada cuadro para quedar
conformes y gratificados, sino que la visión y el análisis minucioso de los
detalles multiplican la satisfacción estética e intelectual del espectador, que
desde el inicio se encuentra ya atraído e
interesado por lo que ve.
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