Nos llamó la atención la
pulcritud formal de las obras de Jesús Martínez del Cerro, (Santander, 1943). Pintura,
sobre un sustrato hiperrealista, realizada
con minuciosidad y dedicación, pero alejada de lo manoseado, mostrando frescura
y convicción, con pinceladas justas y colores matizados.
El artista ha seguido una senda
ascendente en su proceso de exploración de la forma, buscando su personal
manera de expresar, a través de la imagen, la realidad percibida. Y como ocurre
con todo artista postmoderno, que no renuncia a la herencia de la nueva
frontera abierta por las vanguardias, ha llegado a la integración de una
heterogeneidad estilística, para crear su propio estilo y su genuino lenguaje
pictórico.
Sus cuadros tienen un marcado
carácter integrado en el paradigma expresionista, como, -sirva de referencia-,
Ludwig Meidner desarrolló en sus paisajes apocalípticos, -pero libres del
patetismo del alemán-, teñidos de un cierto semblante pop por la cotidianidad de los motivos representados
en los lienzos.
Sus paisajes urbanos y escenas
del día a día, expresados mediante una iconografía distorsionada, despiertan cierta
inquietud y desasosiego, como el que provoca aquello que reconocemos, pero se
nos hace inaprensible, tal cual la imagen reflejada en la superficie vacilante del
agua removida de un estanque.
¿Acaso no es esa la sensación que
en momentos de incertidumbre nos embarga? Los cuadros de Jesús Martínez del
Cerro nos acercan a una realidad distorsionada por las angustias de un momento,
en el que nuestra “sociedad desarrollada” atraviesa por una etapa de
inseguridades, tanto actuales como de cara a un futuro, que nadie se atreve a
predecir.
Son en este sentido obras
simbólicas de una virtualidad social, en las que las personas y sus vidas pasan
por un periodo de rompimiento de aquello que siempre fuera su estatus habitual.
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