Rafael
Botí Gaitán, nació en Córdoba el 8 de agosto del año 1900 y murió en Madrid con
noventa y cinco años. En 1917 se traslada a Madrid, ingresando en la Escuela de
Bellas Artes de San Fernando y en el
Real Conservatorio Superior de Música. Estudió con Julio Romero de Torres y a
poco, 1919, conoció al maestro Vázquez Díaz, al que desde entonces quedó muy
unido por lazos de amistad y admiración.
En
ese mismo año, mediante oposición, pasa a formar parte de la Orquesta
Filarmónica de Madrid, como profesor de viola, lo que configura, desde su
primera juventud y de forma indeleble un alma de humano Jano bifronte, que
imprimirá carácter a su actividad heurística como artista.
Ha
sido, precisamente, el maestro Odón Alonso, un músico, quien ha manifestado las
dos notas singulares de la humana calidad de Botí: su talento como artista y su
modestia, como estilo personal de comportamiento. Y también el que ha puesto en evidencia cuatro de las
características de la pintura de Rafael Boti, a la que conceptúa como pura,
directa, clara y luminosa. Cualidades que todos los que se han ocupado de ella
reconocen sin excepción. Como asimismo la virtud de su modestia, ha sido
igualmente admirada de forma unánime.
La
relación vincular y visceral entre música y pintura, que se dan en el artista,
es ratificada por Vázquez Díaz, quién, en una nota firmada y manuscrita por él
dice, hablando de su discípulo, que “Botí pinta musicando el paisaje”.
En
este mismo manuscrito, Vázquez Díaz entra a definir y enjuiciar la pintura del
artista, desde su autoridad y maestría, con estas palabras: “La sensibilidad de
Rafael Botí, gusta de los colores limpios en armonías claras y diáfanas, de
luces perladas, colores y matices delicados de resoles febriles”. Y más
adelante “Yo lo incluyo en la familia de los Nabís, de la escuela francesa
llamados iluminados, expresiones puras de la pintura por la alegría de pintar”,
lo que se confirma al observar la pintura de Bonnard, pongamos por caso.
E
insiste, el maestro, en el estilo de vida
retraída sobre sí mismo de Botí, señalando que “vive una vida de silencio, lejos de buscar renombre vive
entregado al goce íntimo de la creación de una obra inyectada de sueños y
palpitaciones de su alma delicada y sencilla”. Consideración claramente
confirmada por los hechos
Calvo
Serraller, escribió matizando más cumplidamente el estilo de Botí, haciendo un
análisis comparado del mismo, señalando cómo Botí: “Comienza a pintar con un
estilo impresionista, que abandona tras su viaje a París. Desde entonces
asimila en su pintura ciertas notas del cubismo y del color matissiano, que
permanecerá a lo largo de toda su trayectoria”. Parecer que confirman las obras
expuestas en esta antológica.
Y Mario
Antolín Paz, el desaparecido promotor y crítico de arte, profundiza en ello
considerando como: “La pintura de Rafael Botí experimentó, a lo largo de su
vida, una constante, estremecida y coherente evolución. Pintura de tenues
vibraciones, trenzada de ritmos ambientales, que se recrea en la configuración
de las formas de un modo subjetivo y objetivo a la vez” y emite a su vez el
siguiente juicio exegético sobre la obra de Botí: ”Si escarbamos en los
antecedentes de su pintura no nos resultará difícil encontrar resonancias de la
vanguardias de París, del colorido de Regoyos, de la estilización de Vázquez
Díaz o de la aparente inocencia de Rousseau, asimiladas por su indiscutible
personalidad”.
En
este orden de cosas, es imprescindible traer a colación y resaltar el singular
y agudo juicio crítico que el por muchos años decano de los críticos de arte
españoles, Antonio Cobos, emitió sobre Botí, al que definió como: “El más
‘adelantado’ de los pintores ‘adelantados’ de la modernidad española” y lo
justificó con gran perspicacia, haciendo notar que: “La modernidad no le advino
a la pintura de Rafael Botí por el camino de las influencias parisienses,
cuales fueron los casos de Iturrino, Darío de Regoyos, María Blanchard, Isidro
Nonell, Ramón Casas y Pablo Picasso, sino que fue en él congénita o surgió por
generación espontánea, aunque es muy posible que la modernidad de su lenguaje
pictórico tomase más cuerpo al hermanarse con el feroz modernismo independiente
de Daniel Vázquez Díaz”.
“Porque
siempre canta un pájaro en sus lienzos”,
escribió Pepe Caballero,
pintor-poeta para su amigo Botí. Verso éste que se ha hecho como un lema, como
un mote, como un epigrama, como una inmanencia de la pintura y del arte de
Rafael Botí.
Conocer
por tanto la obra de este artista es de obligado cumplimiento, para todo aquel
que quiera conocer en extensión y profundidad el granado y profuso devenir de
la pintura en España, durante el pasado siglo, cuya valoración y reconocimiento
está lejos de haberse hecho en plenitud, pues la nómina de artistas fue prolífica y la cosecha
ubérrima, pero, ¡ay!, en gran parte desconocida.
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