El pintor José Carralero, (José
Sánchez-Carralero, Cacabelos, 1942), tiene escrito que todo artista para ser
creador debe encontrar su libertad mediante el acto voluntario y consciente de
“olvidar lo aprendido”, aseveración que él conceptúa como regla aurea e imperativo
categórico para el artista plástico.
Pero el maestro y catedrático,
sin embargo, conoce que el episteme individual gravita sobre la acción
eurística del artista, influyendo decisivamente en sus creaciones, por ello señala
cómo el artista debe estar sometido a un continuado proceso para “aprender a
ver con el fin de llegar a la expresión por medio de la pintura”.
Dice Carralero que, en cada uno
de sus cuadros, palpita una parte vital de su existencia, por lo que en ellos
laten, con la fuerza que dimana de su pasión por la pintura, las emociones,
sentimientos, y aun el estado anímico coyunturales, (el “yo soy yo y mi circunstancia”
orteguiano), de ahí su variabilidad en el tiempo.
Añadiremos que ello no sólo
supone la manifestación de una alfaguara caudalosa y germinal de riqueza
creativa, sino también diremos con el poeta Schelley que “solo la mutabilidad
es lo perdurable” y lo enriquecedor y acumulativo; el progreso, en una palabra.
Es en este proceso indagador en
el que él mismo se inició con “la observación de la naturaleza, con más o menos
pretensiones de sintetización y estilización, pero con la voluntad, a través de
la observación y la práctica, de aprehender la naturaleza mediante la ilusión
imitativa”, si bien, concluye, siendo la percepción selectiva fruto de todo el
complejo contexto cultural y psicológico del individuo, resulta imposible
deslindar lo que vemos de lo que sabemos.
En estos pilares de sus
convicciones y, en cierta medida, en sus tensiones contradictorias y, desde
luego, en su propia solercia y talento, se basa su evolutiva pintura, la cual, si
al inicio de su carrera artística se enclavó en una cierta figuración formalista
y objetual, propia del tempo pictórico del momento, pasa posteriormente por un
estadio más desenvuelto y fovista, hasta llegar a un desgarrado, personal y
apasionado expresionismo, muy rico en colores, en el que el maestro muestra
toda su madurez y sabiduría creadora; en donde luz, color y dibujo componen
cuadros de enorme tensión, armonía y expresividad.
Las pinturas de este artista son
elipsis plásticas en las que el pintor omite elementos de la naturaleza
observada para llegar a la sustancia del objeto mimetizado. Son asimismo como metonimias cromáticas, en las que unas
pinceladas de color desarrollan un todo holístico de partes inseparables para
su observación y goce.
Cuadros difíciles de explicar,
pero que inciden muy directamente en el sentimiento, cumpliendo así con la
máxima baudelairiana aplicable al verdadero arte. Son cuadros que emocionan, tal
y como el propósito final, que Josef Albers asigna al arte, preceptúa: “expresar y generar
emociones”
Los retratos, algunos de los
cuales constituyen un monumento de composición, cromatismo y expresividad, son
para Carralero, pintor de la naturaleza, momentos y acciones de reciclaje y de
comprobación de la medida en que se puede ir separando,- en su afán de
simplificación y de abstracción en su pintura-, de su fidelidad al carácter
esencial de aquello que le rodea, exigencia que, de abandonarla,” implicaría la
desconexión” con su manera de entender la vida. Cuadros de gran carácter y
personal factura, que le identifica entre los grandes retratistas, en los que
late el calor de la vida y la rima entre retrato y retratado.
Dice Tomás Paredes, en el
catálogo de la exposición: “Para conocer la obra de un artista necesitamos ver
jalones de su trayectoria. Y es lo que se pretende enseñar en esta muestra de
Carralero, presentando varias calas de su hacer en el tiempo, con 16 obras
fechadas entre 1959 y 2015”. Cuadros que tienen a Joaquín Mir,
Anglada-Camarasa, y Rafael Martínez Díaz, su maestro, como referencias
paronomásticas.
Terminamos recogiendo el párrafo
donde Tomás Paredes conceptúa en breves, pero descriptivas palabras la obra
pictórica de José Carralero, definiéndola como “una pintura encendida, con olor
a tierra y a hombre, con el perfume de las estaciones. No visceral, porque todo
arte es mental, pero si comprometida, valiente, militante, apasionada. Todo lo
cual, no la priva de ternura, de emoción, de misterio, de belleza, de hechizo,
de sorpresa, de rabia, de serena contemplación, de heridas y de amor”.
Y es que la pintura de José
Carralero, por su amplitud temática, su
complejidad conceptual y sus valores plásticos es meritoria de tan
penetrante y ajustado epigrama
Me ha gustado mucho
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