jueves, 11 de febrero de 2016

140.01* JOSÉ CARRALERO. PAISAJES Y RETRATOS CENTRO CULTURAL MONCLOA. Pl. de Moncloa, 1. Madrid



El pintor José Carralero, (José Sánchez-Carralero, Cacabelos, 1942), tiene escrito que todo artista para ser creador debe encontrar su libertad mediante el acto voluntario y consciente de “olvidar lo aprendido”, aseveración que él conceptúa como regla aurea e imperativo categórico para el artista plástico.


Pero el maestro y catedrático, sin embargo, conoce que el episteme individual gravita sobre la acción eurística del artista, influyendo decisivamente en sus creaciones, por ello señala cómo el artista debe estar sometido a un continuado proceso para “aprender a ver con el fin de llegar a la expresión por medio de la pintura”.

Dice Carralero que, en cada uno de sus cuadros, palpita una parte vital de su existencia, por lo que en ellos laten, con la fuerza que dimana de su pasión por la pintura, las emociones, sentimientos, y aun el estado anímico coyunturales, (el “yo soy yo y mi circunstancia” orteguiano), de ahí su variabilidad en el tiempo.

Añadiremos que ello no sólo supone la manifestación de una alfaguara caudalosa y germinal de riqueza creativa, sino también diremos con el poeta Schelley que “solo la mutabilidad es lo perdurable” y lo enriquecedor y acumulativo; el progreso, en una palabra.

Es en este proceso indagador en el que él mismo se inició con “la observación de la naturaleza, con más o menos pretensiones de sintetización y estilización, pero con la voluntad, a través de la observación y la práctica, de aprehender la naturaleza mediante la ilusión imitativa”, si bien, concluye, siendo la percepción selectiva fruto de todo el complejo contexto cultural y psicológico del individuo, resulta imposible deslindar lo que vemos de lo que sabemos.

En estos pilares de sus convicciones y, en cierta medida, en sus tensiones contradictorias y, desde luego, en su propia solercia y talento, se basa su evolutiva pintura, la cual, si al inicio de su carrera artística se enclavó en una cierta figuración formalista y objetual, propia del tempo pictórico del momento, pasa posteriormente por un estadio más desenvuelto y fovista, hasta llegar a un desgarrado, personal y apasionado expresionismo, muy rico en colores, en el que el maestro muestra toda su madurez y sabiduría creadora; en donde luz, color y dibujo componen cuadros de enorme tensión, armonía y expresividad.

Las pinturas de este artista son elipsis plásticas en las que el pintor omite elementos de la naturaleza observada para llegar a la sustancia del objeto mimetizado. Son asimismo  como metonimias cromáticas, en las que unas pinceladas de color desarrollan un todo holístico de partes inseparables para su observación y goce.

Cuadros difíciles de explicar, pero que inciden muy directamente en el sentimiento, cumpliendo así con la máxima baudelairiana aplicable al verdadero arte. Son cuadros que emocionan, tal y como el propósito final, que Josef Albers  asigna al arte, preceptúa: “expresar y generar emociones”

Los retratos, algunos de los cuales constituyen un monumento de composición, cromatismo y expresividad, son para Carralero, pintor de la naturaleza, momentos y acciones de reciclaje y de comprobación de la medida en que se puede ir separando,- en su afán de simplificación y de abstracción en su pintura-, de su fidelidad al carácter esencial de aquello que le rodea, exigencia que, de abandonarla,” implicaría la desconexión” con su manera de entender la vida. Cuadros de gran carácter y personal factura, que le identifica entre los grandes retratistas, en los que late el calor de la vida y la rima entre retrato y retratado.

Dice Tomás Paredes, en el catálogo de la exposición: “Para conocer la obra de un artista necesitamos ver jalones de su trayectoria. Y es lo que se pretende enseñar en esta muestra de Carralero, presentando varias calas de su hacer en el tiempo, con 16 obras fechadas entre 1959 y 2015”. Cuadros que tienen a Joaquín Mir, Anglada-Camarasa, y Rafael Martínez Díaz, su maestro, como referencias paronomásticas.

Terminamos recogiendo el párrafo donde Tomás Paredes conceptúa en breves, pero descriptivas palabras la obra pictórica de José Carralero, definiéndola como “una pintura encendida, con olor a tierra y a hombre, con el perfume de las estaciones. No visceral, porque todo arte es mental, pero si comprometida, valiente, militante, apasionada. Todo lo cual, no la priva de ternura, de emoción, de misterio, de belleza, de hechizo, de sorpresa, de rabia, de serena contemplación, de heridas y de amor”.

Y es que la pintura de José Carralero, por su amplitud temática, su  complejidad conceptual y sus valores plásticos es meritoria de tan penetrante y ajustado epigrama 



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